San Pelayo, con más de medio centenar de habitantes , no es un pueblo que a primera vista llame la atención. No conoces su historia, solo ves lo que en otros muchos pueblos te encuentras. Este municipio situado a 33 kilómetros de Valladolid, no quiere presumir de estética, sino de vida. No quiere que se le conozca únicamente por lo que fue, exige un futuro. San Pelayo aún luce esa chispa de ilusión tan poderosa y escasa en estas tierras.
En la más profunda Castilla nos encontramos con pueblos que se describen como deslumbrantes, otros no tienen tanta fuerza en su luz y tan solo permiten ver sus marchitos muros, su agonizante vida. Estos recónditos lugares son despreciados y abandonados a su suerte, esperando que se avecinen días mejores que no llegan. Solo les queda una iglesia resultona, unas callejuelas que a cada año pasado pierden sus almas para convertirse en recuerdo y más tarde en olvido, unas plazas con columpios que chirrían óxido ante la falta de juventud. Una música lúgubre y lenta, que se hace más fuerte pero al mismo tiempo silenciosa para los oídos ignorantes.
Pero la esperanza nunca muere en estos pequeños escondites, hay quién escucha la música y decide actuar. San Pelayo, un pueblo en los Montes Torozos, uno de los más pequeños de la comarca, no se rinde. Virginia Hernández, alcaldesa de San Pelayo, y todos los vecinos decidieron (prácticamente al unísono) cambiar las cosas a través de las urnas. Estaban cansados de obras superficiales para embellecer unas calles que podrían estar muertas en unas décadas.
El pueblo debe su nombre a un santo mozárabe, fruto de la cercanía a enclaves de este estilo artístico, como Wamba y San Cebrián de Mazote. Además se cree que existió un poblado mozárabe en el términos municipal de San Pelayo, donde se han encontrado cerámicas medievales y restos de edificaciones.
El símbolo más apreciado de San Pelayo es su Caño de principios del siglo XIX, una fuente de tres cánulas situada junto a la vera de la carretera, y que aprovecha la abundancia de agua de la zona. La fuente, de factura noble, es famosa en la comarca y muchos vecinos acceden a ella para llenar sus garrafas.
También destaca la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, un edificio del siglo XVI, reformado en su gran parte en el siglo XVIII. En su interior se encuentra un retablo mayor salomónico, que se cree está bañado en oro; está presidido por una imagen de la Asunción del siglo XVI. La portada primitiva de la iglesia, de medio punto, está coloca en el lado de la Epístola. Esta fue cegada y sustituida por la entrada a los pies de la espadaña neoclásica, de dos cuerpos y sillería. Por otro lado, en el centro del pueblo se sitúa la Ermita en honor al Santísimo Cristo del Suspiro. La ermita actual sustituye a otra que existía a mediados del siglo XIX, que tras caerse fue derribada. Por esta razón la ermita actual está construida en ladrillo y no destaca por su particular belleza.
Ante todo, San Pelayo no está hecha para deslumbrar al forastero, tampoco está construida exclusivamente para satisfacer a aquellos que buscan la tranquilidad del campo. San Pelayo se ha dado cuenta de lo más importante; un pueblo no solo es un recurso para el turismo rural, no es solo un instrumento político convertido en un estorbo; es vida, es pureza y sobre todo es hermandad entre unos vecinos que con orgullo llevan escrito el nombre de San Pelayo en su sangre.
El pueblito de mis bisabuelos españoles ❤️💛❤️. Emigraron hacia Argentina en 1908. Saludos.