Supervivientes de la historia de España, estos hitos de piedra son reminiscencias de unos tiempos donde el peso de la justicia se exponía públicamente de forma que sirviera de escarmiento para la población local. Hoy, los pocos que han quedado se han convertido en un mero elemento decorativo de las plazas de los pueblos, y en algunos casos en un verdadero atractivo turístico por su cuidada ornamentación.
Quién no conoce la historia de los líderes de los Comuneros, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, cuyas cabezas cortadas fueron expuestas en el antiguo rollo de Villalar, tras la derrota en la batalla que tuvo lugar en este pueblo vallisoletano el 23 de abril de 1521. Un hito histórico que evidencia el importante papel social que desempeñaban estas construcciones en la época medieval, especialmente en los siglos XVI y XVII.
En Villalar, hoy un obelisco del año 1.889, recuerda el lugar exacto donde sucedió aquel acto, si bien el rollo original, o mejor dicho, el pináculo que culminaba dicho monumento se encuentra dentro del Ayuntamiento.
Pero más allá de exponer cuerpos desmembrados tras las ejecuciones en los casos más graves, estas columnas de piedra simbolizaban la plena jurisdicción que una localidad tenía como villa sometida a un señor, bien eclesiástico o civil, por concesión real. Razón de que se emplazaran en el centro de los pueblos, y fruto de este simbolismo también se cuidara su decoración, como bien se puede contemplar en los preciosos rollos de Villalón de Campos (Valladolid) o Boadilla del Camino (Palencia).
La diferencia con la "picota" y la abolición de las Cortes de Cádiz
A los rollos de justicia también se les denomina "picota", aunque sus funciones en la Edad Media eran distintas, pues la picota era el lugar donde se exponía a la vergüenza pública a los delincuentes, azotándoles en muchos casos, con una finalidad ejemplarizante, y se situaban en la afueras de los pueblos como advertencia a los forasteros. Al contrario que el rollo que, además de situarse en el centro de la villa, funcionaba más como un elemento simbólico del poder jurisdiccional.
La pena de exhibición en la picota aparece ya legislada en el siglo XIII, en el libro de Las Partidas, de Alfonso X, considerándose la última de las penas leves a los delincuentes para su deshonra y castigo.
Con el paso del tiempo las funciones de ambos elementos se fueron confundiendo y fusionando, hasta el punto que ambos tipos fueron abolidos por las Cortes de Cádiz y mandados destruir en 1813. "Los Ayuntamientos de todos los pueblos procederán de por sí y sin causar perjuicio alguno a quitar y demoler todos los signos de vasallaje que haya en sus entradas, casas capitulares o cualesquiera otros sitios", rezaba la orden.
Y, a pesar de esta orden y otros intentos por demolerlos durante el reinado de Isabel II, la República y la Guerra Civil, mucho de ellos han llegado intactos a nuestra era, o se han transformado en fuentes, cruceros o han servido de base para imágenes religiosas.
Unas verdaderas reliquias de piedra que si hablasen, nos contarían miles de historias de unas gentes temerosas de una justicia implacable. Relatos de como era su día a día, sus celebraciones, sus miedos, sus anhelos...