Benditos lugares aquellos que sirven a las gentes para encontrarse, que contribuyen a congregar al pueblo, a quienes lo pueblan y cuyos corazones laten al compás de sus tradiciones y modo de vida.
Son las plazas mayores de los pueblos esos jubilosos lugares donde la tradición y el latido del pueblo se encuentran. En sus tradiciones porque desde antiguo servían siempre de escenario para celebraciones como la de El Mayo o los bailes de las fiestas patronales, y en el latido del pueblo porque allí también se solía situar el Ayuntamiento o la Iglesia y alguna que otra taberna o bar.
En todo pueblo que se precie de serlo y de tener vida entre sus gentes, la Plaza Mayor es el lugar estratégico junto con la iglesia en el que trascurre el acontecer social de una villa por muy grande o pequeña que sea. Y este hecho no hace más que contribuir, por muchos años que transcurran, a la convivencia natural de unas gentes que eligiendo la sosegada vida de un pueblo necesitan sentir que forman parte de un lugar que les integra y les permite vivir a cambio de mantenerlo activo dentro de una comarca.
¿Quién no ha llegado hasta un pueblo y justo ha ido a parar a su Plaza Mayor? Es como una inercia porque hasta las propias calles confluyen todas hacía ese punto neurálgico donde enseguida, al doblar una esquina, pareciera que un enorme portalón se abriera y te hiciera entrar en ella. Y enseguida, casi como si todas las plazas mayores siguieran un mismo patrón, aparece un espacio cuadrado amplio, en ocasiones con una fuente en medio y bancos alrededor y otras con algún árbol platanero de sombra pero siempre acogedora y abierta al encuentro.
Es revelador siempre en un pueblo descubrir su Plaza Mayor porque inmediatamente te percatas de que allí, en esa plaza, el pueblo fluye en su sociedad. Mujeres que se encuentran y hablan de lo que acontece, nacimientos, fallecimientos…Hombres que se saludan y que hablan del caprichoso tiempo meteorológico, si hoy lloverá o parece que el cierzo arrecia…Niños que aún son niños correteando, ancianos sentados contemplando un bullicio del que ya han decidido apartarse…Tal vez lo que menos veamos, he aquí lo lamentable, sea juventud, pero como bien se dice en los pueblos, eso es harina de otro costal pues una cosa es el lugar y otra bien distinta las oportunidades. Hoy los jóvenes en muchos pueblos, por mucho que amen y se sienta parte de su pueblo, han de marcharse para labrarse fuera de esas lindes su futuro profesional.
Pero aunque tal vez se vean pocos jóvenes, hay ocasiones en que vuelven a la Plaza Mayor del pueblo y la llenan junto con los niños, los ancianos, los hombres y mujeres que perpetúan el acontecer del lugar, y lo hacen cuando la tradición y determinadas fechas del calendario lo demandan.
Benditos lugares
Es en esos momentos cuando a propios y a extraños nos sobrecoge la sensación de pueblo, de un sentir unísono de hospitalidad y unión en ese diáfano espacio que es la Plaza Mayor. No hay adoquín de su pavimento que no sienta la fuerte pisada del pueblo bailando en las fiestas patronales, en sus procesiones al santo patrón, en sus jubileos costumbristas…y esto es lo que hace a estas emblemáticas plazas de nuestros queridos pueblos, dignos de mención y de consideración, porque pueden no ser demasiado bonitas, o no muy grandes, o pueden serlo y tener un enmarque pintoresco, pero de poco o nada servirían si sus gentes no las dotaran de vida y de acontecimientos; morirían derrumbándose poco a poco, volviendo a la tierra y al barro de las que surgieron cuando buenas manos las levantaron.
Por eso es tan importante seguir difundiendo la tradición, lo que identifica e imprime carácter a un pueblo, porque solo difundiéndola se sigue dando a conocer y sigue perpetuándose en el tiempo aunque haya quien las vea como algo antiguo y sin vigor o equivocadamente caducado.
El pulso de una Plaza Mayor de un pueblo se alimenta del carácter perpetuado de ese pueblo, es decir de quienes lo habitan a diario y de quienes vuelven cuando se siente llamados por las costumbres y por sus raíces, porque de ello también depende el futuro pues un pueblo muere cuando se abandona lo que le alimenta y hoy, esta amarga realidad es la que amenaza a muchas plazas desgraciadamente. Esta Castilla nuestra es lo que tiene, mucho carácter, mucha historia y muchas plazas testigo de todo ello. Corre el tremendo riesgo de quedarse en meros ecos y recuerdos de lo que en otro tiempo fueron, pero nadie duda a estas alturas, y si lo hace es porque no se ha detenido lo suficiente para observarlo, que la Plaza Mayor de cualquier pueblo es el mejor lugar donde encontrar lo que un pueblo es, lo que un pueblo siente y lo que en él se cuece con admirable sosiego en lo cotidiano y con alegría cuando celebra.
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