“Por san Blas, la cigüeña verás, si no la ves mal año es”. Refrán castellano
Así fue como con esa pretendida serenidad dominical me detuve en algo que ya había visto más veces solo que precisamente porque nevaba, aquello me pareció mucho más curioso. Justamente enfrente, en lo alto de la bonita torre de la iglesia de piedra que se alza a pocos metros de casa, tres inmensos nidos de cigüeña con sus respectivas parejas ocupándolos se perfilaban entre la blanquecina neblina que provocaba la nieve al caer.
Y me vino a la mente ese famoso refrán castellano, Por san Blas, la cigüeña verás, si no la ves mal año es. San Blas es el 3 de febrero, faltaban escasamente dos días para que así fuese, y bien dice el refrán que si por esas fechas las cigüeñas no han regresado de su migración a África es que va a seguir haciendo frío y seguirá habiendo nieve.
Siempre he creído en los refranes, son sabios y tremendamente veraces, sin embargo en lo que concierne a las cigüeñas y San Blas, varios años van ya que no se cumple, algo que en realidad no tiene la culpa en sí el refrán ni las cigüeñas, sino ese cambio en la climatología que se hace notar en las diferentes estaciones y que nada tienen que ver con aquellas que recuerdan los abuelos. Las cigüeñas prácticamente ya no emigran, y si lo hacen incluso adelantan su regreso porque detectan que nuestros inviernos ya no son lo que eran tiempo atrás, pero de vez en cuando, por esos caprichos de la naturaleza, les toca soportar la nieve y el frío sobre sus nidos.
Y eso estaba ocurriendo ese día en una mañana que no tenía visos de mejorar. Sin embargo no se movían, permanecían erguidas, a ratos casi invisibles fundidas entre la copiosa nevada, esperando supongo que, pacientemente, a que la nieve a pesar de cuajar sobre sus nidos, diera paso a los cálidos rayos de sol sobre sus plumas.
Realmente, a las cigüeñas no les hace falta llamar nuestra atención, ellas siguen un instinto natural que les proporciona cuanto necesitan. Sus nidos inaccesibles en la mayoría de las ocasiones demuestran su increíble capacidad de supervivencia y su perpetúo afán de permanencia en nuestro paisaje y naturaleza.
Pero personalmente hay algo especialmente hermoso en ellas. Siempre me ha parecido espectacular verlas despegar de sus nidos y emprender el vuelo. Alzan sus delgadas patas zancudas para tomar impulso y lanzarse al vacío consiguiendo en escasos segundos un vuelo majestuoso en completa horizontalidad dirigiéndose hacia un lugar que sólo ellas saben, buscando lo que necesitan para luego regresar con algo en su largo pico y posarse de nuevo en el nido al tiempo que pliegan sus enormes alas.
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