En el cambio entre el primer y segundo milenio de nuestra era, Europa Occidental conoció una época de avance y de relativa estabilidad. El monje y cronista Rodolfus Glaber, acuñó la frase de que Francia se cubrió con un blanco manto de iglesias para remarcar este periodo de crecimiento, que coincidiría además con una nueva organización del territorio. La Iglesia tendría mucho que ver en ello: las ciudades recuperan su vitalidad y conocen un auge inédito desde la Edad Antigua; las grandes fundaciones monásticas dominan grandes extensiones de terreno y recursos; nuevas comunidades humanas repueblan comarcas largo tiempo abandonadas, organizándose en torno a sus respectivas parroquias.
En la Montaña Palentina este fenómeno se produce paulatinamente a partir de las últimas décadas del siglo XI. Sería ya en la centuria siguiente cuando se levanten los templos románicos que hoy conocemos, para dar servicio espiritual a pequeños asentamientos de nuevos pobladores dedicados a actividades ganaderas y agrícolas. En la ruta de hoy visitaremos cinco de estas iglesias. Todas ellas tienen en común su localización próxima al curso alto del río Pisuerga.
1ª Parada: San Salvador de Cantamuda. La Colegiata de la La Pernía
Es uno de los templos más fotogénicos y completos del románico palentino. De espaldas al cercano cauce del Pisuerga, su imagen compone una de las estampas más memorables de la Montaña Palentina.
Se trata de un templo de planta en cruz latina, con tres ábsides semicirculares, de los cuales el central posee mayor desarrollo. Se cubren las naves con cañón apuntado, y los ábsides con bóvedas de horno. Al exterior destaca especialmente su espadaña de tres cuerpos, al oeste, y la cabecera con sus tres ábsides horadados por ventanas sencillas y rematados por sencilla cornisa sostenida por canecillos resueltos en caveto.
"De espaldas al cercano cauce del Pisuerga, su imagen compone una de las estampas más memorables de la Montaña Palentina."
De su interior, es remarcable la mesa del altar, con siete columnillas al frente. Sus capiteles se decoran con hojas, palmas, cabezas con vástagos, entrelazos... Los fustes también presentan series geométricas.
2ª Parada: San Cebrián de Mudá y el Maestro de San Felices
De nuevo nos encontramos en San Cebrián de Mudá con una iglesia de nave única, coro alto, pórtico lateral y espadaña a los pies. La particularidad aquí reside en el interior, con un ciclo de pinturas al temple atribuidas a un misterioso maestro o taller que dejó su obra por buena parte de los templos de la comarca: El Maestro de San Felices.
Las pinturas se concentran en el ábside, y fueron descubiertas en 1969 tras retirar unas tablas del retablo. Pronto se advirtió que bajo las capas de cal que habían ido acumulando los siglos yacían unas figuras representadas con colores vivos, de estética arcaizante y curiosa expresividad. Los colores primarios, acompañados del blanco y el negro, se combinan para dar lugar a unas escenas de entre las cuales destaca llamativamente, por su grado de detalle, la representación de la Última Cena.
El retablo también es una pieza destacable. Atribuido tradicionalmente a Juan de Villoldo, dataría de mediados del XVI, y combina escultura con pintura.
3ª Parada: Matamorisca. Un interior sorprendente
La iglesia de San Juan, en Matamorisca, nos observa desde un altozano. Se trata de un templo austero y macizo al exterior, con una torre muy estrecha que casi parece una espadaña y una portada de arquivoltas apuntadas, muy finas y casi góticas, que se abre a una explanada.
En el interior, se nos descubre como un edificio de difícil interpretación, resultado de numerosos añadidos. Se cree su origen entre los siglos XII y XIII, pero con importantes reformas en el XVI, que le otorgan su apariencia actual. Es un edificio compuesto con dos naves paralelas, separadas por arcos formeros asentados sobre columnas y pilares cerradas en testeros rectos y cubiertas por bóvedas de crucería plenamente góticas.
"Es un templo austero y macizo al exterior, con una torre muy estrecha que casi parece una espadaña"
Llama especialmente la atención el ciclo pictórico de su nave lateral, también atribuido al Maestro de San Felices. Se repite aquí el lenguaje y los recursos empleados en la iglesia de San Cebrián de Mudá: colores planos y primarios (rojos, azules, amarillos, blancos y negros), figuras de canon estilizado y escenas organizadas en recuadros con marcos de trazo geométrico. Se representan varios pasajes de la infancia de Cristo, así como el Juicio Final, en los muros verticales, mientras que la bóveda se reserva para el Tetramorfos.
4ª Parada: Santa Eulalia. Adán y Eva en el paraíso
Esta iglesia, hoy situada en mitad del campo y a escasos metros de Barrio de Santa María, fue la parroquia del primitivo núcleo de Santa Olalla, del que no han quedado restos visibles.
Se construye, como la mayoría de los templos de la zona, avanzado el siglo XII. Su fábrica es de piedra caliza, de color dorado, perfectamente escuadrada. Presenta una única nave, orientada de este a oeste, cubierta con bóveda de cañón apuntado. Se cierra con ábside de planta semicircular, perforado por tres ventanales. El acceso, abocinado con varias arquivoltas y también apuntado, se abre al norte, hacia el valle y el camino.
El interior se cubre con pinturas murales góticas. Entre los temas representados destaca el Pantocrátor sobre la bóveda del ábside, y el Juicio Final con el pesaje de las almas, en uno de los muros laterales.
La escultura también es notable. Se concentra sobre todo en los capiteles, tanto en los de las columnas adosadas de la nave como en los de las ventanas del ábside. En uno de ellos podemos admirar la escena de Adán y Eva en el paraíso. El resto de motivos van desde los puramente vegetales hasta los seres fantásticos.
5ª Parada: Vallespinoso de Aguilar o la iglesia roquera
Igual que existen castillos roqueros, encaramados a peñascos de manera casi inverosímil para asegurar su papel defensivo, la iglesia de Santa Cecilia, en Vallespinoso de Aguilar, nos recibe desde la altura de un pequeño cerro al que habremos de subir si queremos disfrutar de la calidad de su escultura y de su acogedor interior.
El templo de Vallespinoso no necesita ser grande para haberse convertido en todo un hito del paisaje. Su nave, única y con cañón apuntado, es esbelta y estrecha (9x19 metros) y el presbiterio, cerrado en ábside semicircular, se eleva para adaptarse a la pendiente que impone la roca del cerro. La portada se abre al sur, adelantada con respecto al muro de fachada, y compuesta por siete arquivoltas de medio punto. Sobre las columnas, un friso corrido con un vasto programa escultórico: luchas entre bestias y guerreros, monstruos, arpías, centauros, ángeles, escenas bíblicas, el Juicio Final, motivos vegetales, músicos...
"Igual que existen castillos roqueros, encaramados a peñascos de manera casi inverosímil para asegurar su papel defensivo, la iglesia de Santa Cecilia, en Vallespinoso de Aguilar, nos recibe desde la altura de un pequeño cerro."
En el interior es también especialmente destacable toda la escultura de los capiteles, tanto en las ventanas del ábside como en el arco triunfal que da acceso a éste desde la nave. Asimismo, los muros laterales del presbiterio se adornan con arcadas dobles trilobuladas. Las labores escultóricas pueden ponerse en relación, por estilo y época con las que se venían desarrollando por entonces en los grandes monasterios de Santa María la Real, en Aguilar y especialmente en San Andrés de Arroyo.
Finalizamos aquí nuestra primera ruta por el románico de la Montaña Palentina. Te adjuntamos el mapa de la misma para que te animes a recorrerla.
Rutas del programa
Te recordamos que la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Castilla y León, ha puesto en marcha el Programa de Apertura de monumentos 2023, estructurado en diecisiete programas temáticos que te estamos desgranando mediante rutas a lo largo de estas semanas estivales.
El horario de los monumentos, entre los que se incluyen las iglesias aquí descritas, es de 11:00 a 13:30 y de 17:00 a 20:00 horas, salvo lunes, hasta el próximo 10 de septiembre.