El pasado 21 de abril cumplió años mi tía Isidora, la mujer de Alfredo. El regalo, tan enfrascado mi tío en estas rutas de Delibes, iba a ser una visita a la ciudad de Valladolid. Les parecía bien a los dos volver a pasear del brazo por la calle Santiago. ¡¡Cuántos años sin ir por la capital!!
En principio querían visitar Valladolid por ser parada de las rutas 2 (Diario de un cazador) y 3 (Mi vida al aire libre), pero Valladolid no es solo parte de la literatura de Delibes. Es también su vida, su nacimiento en la acera Recoletos, la Primaria en las Carmelitas, el Bachillerato con los Hermanos de La Salle, su carrera en El Norte de Castilla, su mujer y sus hijos, su muerte en la calle Dos de mayo…
El 21 de abril llovió en media España. A ratos pinteaba, a ratos se entoldaba el cielo. Como a mis tíos les da igual viajar un día que otro, esperaron al 23 de abril, fiesta en Castilla y León, con algo más de sol, para recorrer en AVE la distancia Madrid-Valladolid. Por aquel barrio de la estación de Valladolid-Campo Grande sitúa Delibes a Lorenzo en su primer diario, el de un cazador. Al bajar del tren se dirigieron a la calle Dos de Mayo, donde tantos años vivió el escritor. De allí al Campo Grande a paso lento, como cuando desfilan los Regulares, recordando los paseos del Delibes jubilado y también de otros paseos que dieron alguna vez cuando Alfredo e Isidora eran novios. En unos minutos tuvieron frente a sí el colegio de Lourdes, el de los Hermanos de La Salle. Alfredo me ha oído contar que allí Delibes tuvo unos excelentes profesores: el hermano Fermín, Orizana… Allí le fueron ejercitando al joven Delibes en las técnicas de la expresión escrita que después le daría tantos frutos.
Por la acera de la Academia de Caballería entraron en la calle de Santiago. Ya era media mañana y entraron a tomar algo en el primer bar que se encuentra en la Plaza Mayor a mano derecha. Sentados, dos mostos en la mesa, se acordaron de sus tiempos mozos en Castrillo Tejeriego cuando el coche de línea tardaba una eternidad desde el pueblo hasta Valladolid. Alpiniano de revisor, las maletas encima del coche, las paradas en Villavaquerín, Villabáñez… Mi tía Isidora compró unas rosquillas para los nietos y unos mantecados de Portillo para su hija Turi, que se los come de dos en dos. Por la zona de San Pablo leyeron algunas placas que nombran la Ruta del Hereje, más antigua que estas rutas por la provincia. Pasaron por el Palacio de Pimentel, donde nació Felipe II, con solera por fuera y por dentro. La historia de España les volvía a salir al encuentro a mis tíos y Alfredo le fue contando a Isidora mil y una peripecias de esta ciudad que tiene un puesto de honor en nuestra nación a lo largo de los siglos. Comieron detrás del ayuntamiento, en una de esas calles de vinos y tapas. No era la celebración como para comer de menú del día. El 23 de abril y festejando el cumpleaños de mi tía se podía comer a la carta. Al final no sé lo que comieron. No me lo ha contado Alfredo.
Los días son ya muy largos y tenían billete de vuelta en uno de los últimos trenes. Les quedaba casi toda la tarde por delante. “¡Ese se parece a Lorenzo!” le dijo Isidora a Alfredo. Mi tía tiene una idea personal de cómo son físicamente los personajes de Delibes. Nos pasa a muchos. ¡Ojo! Que el Lorenzo que tiene mi tía en mente es el Lorenzo de Diario de un jubilado, que ronda los 70.
La tarde iba empalideciendo. Atravesaron mis tíos calles conocidas y otras menos habituales y quisieron acabar este viaje de un día en la Plaza Circular. Es una plaza conocida en Valladolid, una plaza normal, sin mucha vistosidad, una plaza que no visitan los turistas. Pero para mis tíos es la plaza adonde llega el coche de línea desde el pueblo. Acercarse a la Plaza Circular ha sido para ellos el acercarse lo más posible a su pueblo. Quisieron acabar así este viaje, en contacto cercano con su pueblo, sus antepasados, su infancia… Porque las raíces de uno tienen un valor metafísico que han compartido mis tíos toda su vida.
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