Los tiempos corren, las personas cambian, los lugares se transforman. Pero nuestra historia siempre nos acompaña sea buena o mala, sea con final triste o alegre, estará siempre con todos nosotros. Es por eso que me pregunto porque la apartamos y la dejamos marchitar cuando forma parte de nuestro entorno y nuestras raíces.
Quién no ha oído decir a alguien que nuestra provincia no tiene nada, no destaca en nada, no tiene nada que ver… Tenemos la mala fortuna de no valorar lo que tenemos, de despreciarlo. Los vallisoletanos somos los únicos que no sentimos nuestra tierra, ni la defendemos. En toda España (en cualquier recóndito lugar), siempre contarán y recitarán un discurso para defender y enorgullecerse de su entorno. Sí, aquí existe un discurso también, pero muy diferente.
Claro está que no tenemos ni montañas muy altas, ni mares azules, ni campos muy verdes, ni bosques muy frondosos. Sin embargo tenemos largos y anchos ríos, canales, extensas llanuras de campos amarillos en verano y verdes en inviernos y primaveras lluviosas; páramos y cerros y bellas vistas desde ellos, bosques de pinos y encinas… Todo dependerá de cómo lo miremos y con qué lo comparemos. Todo lugar tiene su esencia, nos gustará más o menos, pero es lo que tenemos y no es poco.
Si continúan dictando ese discurso quizás en poco tiempo terminará siendo cierto. Espero y deseo que ahora y más tarde haya gente dispuesta a cambiar la retórica y actuar al respecto. Memoria y orgullo. Dos cualidades importantes en una civilización, nuestro mundo cambia y sus personas también. No olvidemos que todavía hay tiempo para no dejar derrumbar los tejados y muros que nos sostienen. El problema somos nosotros y la solución está en abrir los ojos, observar y actuar.
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