“Aunque sea a rastras”, sentenciaba mi tío Alfredo cuando alguien de la familia osó susurrarle que quizá sería conveniente no salir ya por los pueblos de las Rutas de Delibes. Los años y la salud juegan en su contra, es verdad, pero solo son 5 pueblos más, 5 excursiones de un día para acabar la gesta. No sé si habrá habido alguien en la provincia de Valladolid, en España, que se haya atrevido a recorrer todos y cada uno de los pueblos de las rutas. Saborearlos, volver sobre los pasos de juventud como está haciendo mi tío Alfredo.
Para el puente del Pilar, Alfredo se acercó a Rábano, pueblo muy cercano a Peñafiel. Peñafiel, sí, se lleva la fama en esta zona este de la provincia, pero Rábano y los pueblos próximos conservan la tranquilidad.
El Delibes cazador hablaba de Rábano en Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo y se quejaba de la disposición de los cotos:
Otro problema es la disposición de los cotos de Rábano y Torre de Peñafiel, cinegéticamente absurda, ya que el páramo de Torre desemboca en la ladera de Rábano y si los de Rábano no pueden sacar las perdices de nuestros altos, su mano por la ladera resultará estéril, mientras que nosotros difícilmente podremos meter mano a las perdices del páramo sin matadero adonde llevarlas.
Mi tío Alfredo, ajeno a estos contratiempos cinegéticos, llevaba apuntadas las tres palabras que los creadores de las rutas han relacionado con Rábano: el martín pescador como fauna de la zona, el sauce como planta y la cencella como palabra rural.
Había ido mi tío hasta Rábano con un amigo de Peñafiel que tiene a su vez parientes en Rábano y, tras los saludos protocolarios y alguna que otra pastita en el salón de la casa de los de Rábano, se acercaron hasta el río en busca de algún martín pescador.
-¡Mire usted! Entre esas ramas… más a la derecha. ¡Ahí! ¿Lo ve ahora?
Alfredo quiso adivinar a un martín pescador entre unos sauces pero la vista ya no es la de antes, cuando podía contar cuántas perdices iban apeonando por la ladera a cientos de metros de distancia. Ahora, ni las diferenciaría de los terrones que ha dejado el tractor al arar.
Del martín pescador, Alfredo recordaba una cita en Diario de un cazador:
Según Melecio, en el otoño, la isla se la lleva la trampa y el agua corre a ciento por hora entre el follaje. A poco de llegar empezó el bureo. Cruzó un martín pescador como una centella, le solté los dos tiros, pero ni le toqué. El condenado llevaba un pececillo en el pico.
Todo ese conocimiento de la obra del escritor le enriquece a Alfredo y le hace disfrutar mucho más con estas excursiones. Engancha una cosa con otra y, al final, pocas personas habrá que sepan dar razón de las Rutas de Delibes y del propio escritor como mi tío.
Entretanto, el pariente del amigo de mi tío le explicaba:
-En otras zonas al martín pescador le llaman verderríos o guardarríos, incluso picapeces. Fíjese en el azul metálico del dorso. Y el vientre, ¿eh?, de color rojo. Es chiquitín este pajarito pero es gracioso como él solo.
-Pero tendrá -le preguntaba Alfredo- que pescar peces chiquininos acordes a su tamaño…
-A ver, de 4 centímetros, a lo más de 6. El martín pescador se pone tal que ahí (señalaba el acompañante una rama) y en cuanto ve al pececillo, se lanza en picado hacia él. Vuelve a su rama y… ¡zas! Lo golpea primero y se lo traga después empezando por la cabeza.
Había leído Alfredo en Los santos inocentes que se cita al sauce:
(...) rascaba la gallinaza de los aseladeros y, al concluir, pues a regar los geranios y el sauce y a adecentar el tabuco (...)
Los hay en Rábano, sauces y otros variopintos árboles que dan vida al cauce del río y el río les da la vida con su agua. El río que pasa por Rábano no es uno cualquiera. A un lado del pueblo serpentea el Duratón y al otro el canal del Duratón. Y Alfredo y sus acompañantes contemplaron desde el puente de madera cómo bajaban las aguas que vienen de Somosierra y están a punto de morir, pocos kilómetros más adelante, en el río Duero.
Se oía el agua y el leve golpeteo del viento en las hojas de los árboles. Habían caminado ya por la playa fluvial que ahora estaba vacía, esa que en verano se llena de gente al modo de las playas de Benidorm. Pero entonces, mediado el mes de octubre, no era época de baños aunque tampoco de cencellas, la palabra rural que aparece en las Rutas de Delibes para el pueblo de Rábano.
Mi tío Alfredo conoce bien la meteorología castellana y sus palabras y, además, había leído en El último coto lo que sigue:
El hombre del tiempo de El Norte de Castilla, Oliver Narbona, advertía hoy en los titulares de su sección meteorológica: “No es nieve; son cencellas”. Oliver llama cencellas a lo que las gentes de Burgos llaman carama. El Diccionario de la Academia identifica ambos términos con escarcha y rocío cuando es obvio que la cencella o carama nada tiene que ver con ellos.
La escarcha y el rocío no precisan de la niebla para producirse, mientras que es la niebla meona, congelada en hilachas, la que origina aquellas. Lo evidente es que ni una cosa ni otra tienen ninguna semejanza con la nieve aunque el paisaje blanqueado por el meteoro pueda llamarnos a engaño.
Si Alfredo conoce estos pormenores del tiempo, no se le quedaba detrás Miguel Delibes, como vemos.
Con la mañana ya casi consumida, se adentraron en el pueblo para ver la ermita del Cristo del Humilladero y la torre, ¡qué torre!, de la iglesia de Santo Tomás. Al ver la pista de frontón, Alfredo recordó los tiempos en los que su abuelo jugaba al juego pelota. No se decía entonces juego “de” pelota, sino, más abreviado, juego pelota. Era un juego muy común en Castilla, sin raqueta, claro, con la mano. Y el abuelo de Alfredo, hábil jugador, jugaba en otros pueblos de la provincia además de en el suyo. Tenía buena fama.
Los tres conocidos dieron así por buena la excursión a Rábano en un día de sol agradable que les obligó a quitarse el jersey a última hora de la mañana.
Cuatro… ¡Solo cuatro pueblos le faltan a mi tío para acabarse las Rutas de Delibes! Para el último pueblo iré yo con él, está prometido.
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