Boecillo está a un tiro de piedra de Valladolid. A un tiro de piedra que tire un pastor, claro. Y me dice mi tío Alfredo que Boecillo ya no es lo que era. Que él lo conoció mucho más pequeño, sin chalés, lo que es un pueblo castellano de toda la vida.
Alfredo se acercó a Boecillo a primeros de julio, pensando que no le haría tanto calor como el que suele hacer en la segunda quincena. Se equivocaba. Ya habíamos tenido una canícula importante los últimos días de junio y julio se presentó igual. Lo cierto es que el 6 de julio pasado mi tío tachó Boecillo en su lista de los pueblos de las Rutas de Delibes y, en compañía de Dativo, un pariente lejano de Alfredo, se presentaron en la plaza del pueblo.
Me dice mi tío Alfredo que si hubiera que contar con los dedos de una mano los pueblos más importantes en la vida y obra de Miguel Delibes, uno sería Boecillo. Está muy a mano de Valladolid y eso es clave en Delibes. Piensa Alfredo que Delibes es como una piedra que sueltas en un lago: las primeras ondas son más intensas y, conforme se van alejando esas ondas, se apagan hasta desaparecer. Así le sucede al escritor, que desarrolló su vida cinegética con más intensidad en los pueblos cercanos a su ciudad (con algunas excepciones como Sedano, por ejemplo). Y en Boecillo Delibes veraneó cuando era un niño y montó en bici y cazó con la cuadrilla…
Como Alfredo y Dativo llegaron a Boecillo en coche desde Valladolid, tuvieron que subir la cuesta que alcanza el pueblo, que es la cuesta que se subía Delibes en bici una y otra vez. Al coronarla, junto a la rotonda, pararon para hacer unas fotos a la D de las rutas. A modo de cartel que da la bienvenida a los visitantes, la D de 900 kilos de piedra de Campaspero que tienen en Boecillo recuerda el paso de Delibes, muchas veces, por el pueblo. Según se viene desde Valladolid, lo que uno se encuentra es el nombre de Boecillo en piedra y, detrás, la D de las rutas. Lo curioso es que había un niño que les dijo que la D era de piedra buena y que no había manera de moverla. El chaval les hizo una demostración, lo que aprovechó mi tío Alfredo para sacarle una foto de esta guisa.
La placa que lleva la D lo dice muy claro: Delibes, ya de pequeño, pasó en Boecillo tres veranos. En uno de ellos (lo cuenta el escritor en “Mi querida bicicleta”) el niño Delibes aprendió a montar en bici en el corral de la casa que tenían alquilada. Le enseñó su padre diciéndole que no mirase nunca a la rueda, siempre al frente. A Miguel le preocupaba no tanto el dar pedales como el frenar. Su padre le dijo que la bici, con la pérdida de velocidad, tendería a irse a un lado y que Miguel no tenía más que apoyar el pie en el suelo. La realidad es que Miguel dio muchos pedales pero no vio el momento de frenar. Tenía miedo de caerse y se fue contra un seto de boj. Se estampó contra el seto pero al menos no cayó al suelo.
Como cazador, Delibes llegó de veraneo a Boecillo con el entrenamiento de haber gastado 2.000 balines el verano anterior en el corral de una casa de Quintanilla de Onésimo. Ahora bien, todavía no tenía la conciencia de cazador que muy pronto se consolidó en él. Entonces se iba con hermanos Igea a cazar gangas a calzón quieto, según estaban bebiendo los pobres animales, sin el menor remordimiento de matarlos por la espalda.
Años después, cazaría en Boecillo tres perdices ¡de un solo disparo! Aquello, poco usual, se lo atribuyó después a Lorenzo, el protagonista de Diario de un cazador.
Alfredo y Dativo preguntaron a tres ancianos (lo mismo que son Alfredo y Dativo) por la casa en la que veraneó el escritor pero… aquellos veraneos sucedieron en los años 30 (1932-1934) y ninguno recordaba qué casa puedo ser.
Calor les hizo mucho calor y se resguardaron casi todo el tiempo en los bares del centro del pueblo. Ni se asomaron a ver el Duero en donde está la Cascajera de la tía Pedorra, nombrada por Delibes. Que una cosa es hacer las rutas y otra asarse de calor.
Boecillo, que tuvo en tiempos a Miguel Delibes de vecino, es hoy un pueblo irreconocible (salvo en su núcleo central). Todas las modernidades han llegado a sus calles: chalés, buen polígono industrial, casino… Alfredo y Dativo se fueron con la idea de que Boecillo se ha enganchado al siglo XXI pero no quiere perder sus raíces, por ejemplo, recordando al mejor escritor vallisoletano del siglo XX que un día veraneó en el pueblo, se bañó en el Duero, aprendió a montar en bici o cazó sus primeras gangas.
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