La gente que tiene pueblo es afortunada. Pues sí. Y eso que yo no tengo pueblo. ¡Y qué rabia me da! Aunque para seros sincera, con la cantidad de pueblos que existen en toda España, me sería muy difícil elegir uno de ellos para vivir. Para hacer una escapada meramente turística. O para pasar simplemente, los veranos de mi infancia. De los 18.938 municipios que se distribuyen por la Península Ibérica, tan ‘solo’ 225 se encuentran en la provincia de Valladolid.
En Tordesillas pude darme cuenta de que la historia está más cerca de lo que nos pensamos. Fue algo así como un viaje al pasado, en el presente, mirando hacia el futuro. Continúo. Si Lope de Vega ya se dio cuenta en el siglo XVI de lo que ocultaba entre sus calles Olmedo, yo lo pude ver en primera mano.
Comprobé la tranquilidad que ofrece la vida rural en pueblos como Cogeces de Íscar, Matilla de los Caños, Villamarciel o Corcos del Valle. Y disfruté del fervor de una Semana Santa diferente como es la de Medina de Rioseco. De enseñarme la manera de no perder las tradiciones se encargaron dos municipios. Por un lado, Palazuelo de Vedija, un municipio donde te muestran el mundo de la vaca enmaromada. Y por otro lado, Villafrechós. ¡Qué ricas esas almendras garrapiñadas!
En todos ellos, pude comprobar la simpatía de sus ciudadanos. El amor por su pueblo. Pero muy en especial en Matapozuelos, donde seguramente, el futuro está garantizado por unas generaciones que vienen pisando fuerte.
No tengo pueblo, no. Pero me siento afortunada. Tengo la suerte de vivir en una provincia que cuenta con 225 municipios únicos e irrepetibles. Y la fortuna de poder visitar cada uno de ellos, conocerlos como si todos ellos, fueran ese al que llamar “mi pueblo”.
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