Todavía hay en Villavellid quienes recuerdan cómo era la iglesia de San Miguel antes de su desgracia. Algunos escuchan el tañir de sus campanas retumbando en su memoria o los cantos del coro llenando de música unas estancias repletas de fieles y obras de arte. Pero de eso hace mucho tiempo ya. Ahora, este templo que levanta su marchito y anciano cuerpo del siglo XVI a las afueras del pueblo, sobrevive a merced de las tempestades como un Titanic naufragado en un mar de campos.
Pero aunque el barco se haya hundido, aún no es demasiado tarde para sacarlo a flote. Así lo consideran los vecinos de esta pequeña localidad vallisoletana de la comarca de Tierra de Campos, con 50 habitantes censados. Todos ellos se han unido en un grito de SOS para dar un vuelco a la historia de su templo más grande, actualmente sin cubierta y con un esbelto campanario que agoniza y amenaza derrumbe. Esta unidad se ha materializado en la creación de la asociación Villavellid del Oro, nombre con el que quieren conmemorar la prosperidad del pueblo cuando sus campos dorados de trigo eran el 'granero' de España.
El éxodo rural que vació el pueblo... Y San Miguel
Como la mayoría de las poblaciones de Tierra de Campos, Villavellid muestra en su pequeño caserío el auge y ocaso de su historia. Dos ermitas y dos iglesias daban servicio religioso a un pueblo que en sus mejores momentos rozaría el medio millar de habitantes. También un castillo defendía una zona antaño fronteriza y un pósito municipal, construido reinando Carlos IV, servía de almacén del cuantioso grano que producía el pueblo. Todo ello revuelto entre casas de piedra y de barro con grandes portalones que daban acceso a amplios patios.
Pero llegó la mecanización del campo del siglo XX y los villidos -gentilicio del pueblo- empezaron a abandonar el que había sido su hogar durante generaciones. Muchos se fueron al norte, otros a Valladolid o a Madrid, y los pocos que se quedaron en el pueblo se vieron rodeados de una infraestructura que ya no les hacía falta. Así fue como en los años 60 se celebró en San Miguel el último bautizo y sus puertas se clausuraron, concentrando a los escasos fieles en la otra iglesia de Villavellid, la de Santa María. Años más tarde comenzaría el desmantelamiento de San Miguel por la archidiócesis de Valladolid. Se vació de obras de arte y rápidamente se convirtió en la imponente y llamativa ruina que es ahora.
Esta podría ser perfectamente la sinopsis de la historia del templo hasta ahora, para continuar, si no se interviene, con el desplome de su emblemático campanario. Pero los vecinos de Villavellid no están dispuestos a escribir ese capítulo, y han pasado de ser temerosos observadores a convertirse en los héroes del relato. Porque lo que quieren conseguir con San Miguel es una verdadera heroicidad. Un David contra Goliat en una lucha contra el tiempo para consolidar unas ruinas que necesitan de una alta inversión que no pueden asumir las arcas municipales.
En este caso, la piedra que David ha arrojado con su honda a Goliat es la asociación de Villavellid del Oro, creada en marzo de 2023 con un objetivo: “La conservación y puesta en valor del patrimonio de Villavellid”, tanto el material como el inmaterial, aunque su prioridad es San Miguel por la urgencia de una intervención.
La asociación también se ha propuesto recuperar tradiciones del pueblo. Han recopilado en un libro las recetas tradicionales de Villavellid o las canciones a su patrona, la Virgen de Riego.
Un año y medio más tarde, la asociación ya aglutina a 128 socios. “Hemos superado la población censada en Villavellid”, destaca Jorge Rico, uno de los socios fundadores. “La constituyen tanto gente que vive en el pueblo como descendientes, o incluso gente de pueblos vecinos”, añade. También dentro de la asociación se incluye a la corporación municipal, como es el propio alcalde, Pablo Alonso Soto.
Todo el pueblo está unido para dar el primer paso hacia la conservación de la estampa de San Miguel, que pasaría por presupuestar una primera actuación urgente y constatar los motivos por los cuales se quiere restaurar, tal y como nos señala Adrián Díez, presidente y también fundador de la asociación. Díez apunta además a un siguiente paso que consistiría en presentar “una carta a modo de denuncia del estado actual de San Miguel”, que exponga también su “capacidad de interés turístico y el peligro que conlleva su estado actual para las muchas personas que visitan sus ruinas”.
Por ahora la asociación ya ha celebrado dos asambleas en este sentido, la última el pasado 27 de julio, que fue determinante. Contó con la intervención de la arquitecta Clara Justo, natural del cercano pueblo de Mota del Marqués y autora de la rehabilitación de la cúpula y cubierta de la iglesia de Santa María del pueblo. Justo presentó a los socios un proyecto inicial de intervención en el monumento arruinado. “Lo primero es documentar la iglesia de San Miguel, y el arranque inicial sería ponerse con la torre que presenta una gran grieta. Luego habría que consolidar la base del terreno donde se asienta la torre. De ahí en adelante habría que centrarse en el interior de la iglesia y el entorno que la rodea”, resumía.
San Miguel está en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra desde 2018. Destaca sobre todo su torre, toda en piedra menos el cimborrio y de tres plantas y subida de caracol. También conserva su portada plateresca y posee dos naves.
Toc, toc... llamando a las puertas de la Administración
Una vez presupuestada lo que sería una primera intervención urgente el siguiente objetivo de la asociación es buscar mecenas para financiarla, lo que implicaría llamar a las puertas de las administraciones. “Pensamos acudir al arzobispado de Valladolid, que ostenta la titularidad de San Miguel, para hablar con ellos y conseguir una cesión de la propiedad al pueblo, a la asociación o al Ayuntamiento, como ellos puedan considerar”, anticipa Jorge Rico. Tampoco descartan acudir a otras administraciones que pudieran intervenir como la Diputación de Valladolid o la Junta de Castilla y León. “Dependiendo de la respuesta que recibamos, optaremos por otros caminos. También tenemos en mente hacer una campaña de crowdfunding para ir recabando fondos e intentar lo antes posible poder hacer una intervención para evitar sobre todo el desplome de la torre”, señala Adrián Díez.
Y mientras esperan a que las puertas institucionales se abran o no, en Villavellid ya sueñan en lo que se podría convertir San Miguel si consiguen salvarla. Los dos fundadores de la asociación nos confiesan que les gustaría aprovechar la altura de la torre del templo y el buen estado de su escalera de caracol para convertirla en un “mirador de Tierra de Campos”. De esta manera, aseguran, “complementaría la oferta turística de la zona”, donde a pocos kilómetros se sitúa Urueña, un pueblo amurallado que además es la única Villa del Libro de España, o Tiedra, con sus famosos campos de lavanda. De hecho, ya sin intervenir en la iglesia, la belleza de su ruina y la estampa que conforma con su entorno atrae a cada vez más turistas y fotógrafos. “Es un hecho constatado, y hace poco vino un autobús desde Madrid con 30 turistas”, destaca Rico.
Todo ello sin olvidar el uso que tendría para el pueblo un monumento ya restaurado. Explican desde la asociación que no quieren borrar sus cicatrices como modo de recuerdo, y que podría tener una utilidad de “centro cultural y de ocio para los vecinos”.
Una iglesia que sigue viva en los recuerdos de los vecinos
A la espera de que los andamios cubran a San Miguel para estabilizar sus cicatrices, toda esta lucha está removiendo la nostalgia de los vecinos de Villavellid, especialmente de los más veteranos que todavía guardan felices recuerdos de ella antes de su época más oscura. Es el caso de Melchora Mellado que, a sus 92 años, en su memoria aún vislumbra las obras de arte que allí se guardaban. “Había unos altares preciosos, el altar mayor era muy bonito, tenía la iglesia sus columnas, la primera columna de la derecha estaba la pila donde nos santiguábamos… Fue una iglesia preciosa, cuántas catedrales de la ciudad quizás no sean tan bonitas como fue San Miguel. Tenía mucha riqueza, pero ha desaparecido todo”, se lamenta.
Melchora fue bautizada en esta iglesia y participó además en el coro que cantaba en la tribuna alta que todavía se mantiene a duras penas en pie. “La iglesia tenía buena acústica, era grande pero se llenaba, la fila llegaba hasta el coro de abajo”, rememora. Y ante la posibilidad de devolver la vida a este monumento, la nonagenaria se mantiene esperanzada a pesar de ser testigo de cómo se ha venido a menos: “Está muy deteriorada, pero todavía se puede salvar. Hace ya años que no bajo a ver cómo está, pero no hace falta porque se ve de lejos”.
Como reconoce Melchora, no hace falta irse a donde yacen sus ruinas para contemplar el templo. Su torre despunta sobre el caserío y se ve desde casi cualquier punto. Aunque hay vecinos que la tienen prácticamente en frente de su puerta. Es el caso de Vidal Álvarez, cuyo amor por este monumento lo ha hecho inmortalizarlo varias veces en pinturas o grabados, tanto en su estado actual como en el que recuerda de su infancia. “Los recuerdos son muy buenos y os puedo contar todo lo que me acuerde porque como dice el refrán, lo que se aprende de pequeño tarde se olvida”, asegura Vidal, que a sus casi 76 años evoca a su niñez cuando ayudaba al sacristán de San Miguel y era monaguillo. “Entonces era mi segunda casa, jugaba y disfrutaba mucho en la iglesia, me he criado allí”, admite.
Fue precisamente cuando Vidal era monaguillo cuando empezaron a vaciar una iglesia de la que recuerda con especial emoción su campanario, al que subía por su escalera de caracol y tocaba con gusto las campanas. También recuerda ir a cazar a los pichones que se cobijaban en el hueco entre las bóvedas y la cubierta. “La verdad es que yo me impresiono con las carreras que yo me he echado por encima de las bóvedas y cómo no se caería aquello, porque era de un ladrillo de espesor”, relata Vidal, que reconoce tener muchas ganas de rescatar la ruina: “Cada vez que paso por ahí, me digo, ¿llegarán a tiempo? Yo creo que sí”.
Casi de la misma generación que Vidal es Delio Díez, padre de Adrián Díez, el presidente de la asociación, que ve en la lucha que ha iniciado su hijo una oportunidad para recompensar a una tierra que “nunca ha protestado y que ha vivido sin recibir nada”. Con 72 años, Delio afirma que en San Miguel fue bautizado y tomó la comunión, y recuerda que tenía cinco altares, un coro alto, un coro bajo, una sacristía y un pórtico. “Era casi una catedral o una colegiata”, destaca. Pero de nada le sirvió su belleza cuando llegaron los años 60 y 70 del pasado siglo. “Fueron los años más duros. Se desmanteló San Miguel, ya que con una iglesia había de sobra… Con la mecanización del campo Villavellid se despobló, muchos jóvenes optaron por irse solos, o familias que decidieron no partirse y se marcharon enteras, como es el caso de mi padre que nos fuimos a Madrid”, atestigua Delio.
El villido recuerda como su padre, un labrador que “sabía absolutamente de todo”, se tuvo que cambiar de vida y adaptarse a una gran ciudad como la capital madrileña. Unos hechos con los que Delio quiere poner de manifiesto “el silencio de cómo se estranguló a una tierra que fue el granero de España”. “Eso es lo que más me duele”, asevera. Por todo ello, Delio celebra este nuevo giro de guión en la historia del pueblo: “Yo creo que se podría hacer algo y pagar un poco a esta tierra lo que han ido llevándose”.
Una tierra la que retrata Delio que en los últimos 60 años ha permanecido impávida ante la desolación. San Miguel es el mejor reflejo, pese a que su buena fábrica ha permitido que quien se acerque a ella todavía pueda imaginarse esa catedral que describen los vecinos. Un buen punto de partida para un pueblo que parece haber salido de su hibernación. Jorge Rico así lo atestigua: “Al término de la asamblea del 27 de julio, todos estuvimos en la terraza del bar del pueblo tomando algo y se generó muy buen ambiente. La asociación ha servido para darle otro color a Villavellid”. Un color que se plasma en las pinturas de Vidal, en la profunda mirada de Melchora o en el tono aguerrido de Delio. Villavellid tiene esperanza.
Galería fotográfica de Villavellid
Fotografías de José Daniel Navarro (Instagram: @correuret)
A vista de dron de David González (@daavid_gm_)
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