Hay quienes creen que no hay oportunidades en los pueblos y mucho menos para los jóvenes; y hay quienes creen que si no existen es porque todavía no se han generado. “Así que, si no las ves, créalas tú mismo”. Y así ha sido como a sus 34 años, Anai González Meléndez ha abierto este año las puertas del Restaurante Caín en su pueblo natal: Nava del Rey (Valladolid).

“Desde siempre he querido vivir en el pueblo. Siempre lo he tenido claro y he esperado al momento idóneo para hacerlo”, apunta Anai. Tras pasar 11 años trabajando en agencias de publicidad en lugares como Madrid, Asturias y Barcelona, sintió que era momento de volver a casa a poner en práctica todo lo aprendido allí, dando a su tierra las oportunidades y el valor que se merece.
“Si que es verdad que en un principio buscaba algún sitio bonito en la autovía A1 de Madrid y encontré un pajar con mucha personalidad en una pedanía cerca de Bustarviejo, pero cuando me lo enseñaron, algo me dijo que no era ahí”. Hay quien lo llamará corazonada o intuición, pero en ese momento supo que tenía que ser en su Castilla.
“Mi proyecto tenía que ser en Nava del Rey por la historia y la geografía del propio pueblo, la conciencia rural, mis vecinos, el conocer la comarca, sentir que es zona de confort y por el arraigo familiar”.

Pero para conocer bien su historia nos tenemos que remontar a la pandemia. “Empecé a hacer catas en Madrid de chuletas de diferentes carniceros que por aquél entonces las mandaban online”, relata. Así continuó hasta que levantaron las restricciones y empezó a crear unas jornadas de cata de carne llamados “Txuleta Days”. Y vaya si triunfó. La gente reservaba en el salón de su casa, les hacía una cata con menú cerrado a un módico precio y así consiguió llegar a juntar hasta a 11 personas en un piso de 40 metros cuadrados. Tras esta experiencia y diferentes cambios en su vida personal decidió dar un giro a su vida. Aprovechó los dos años de paro que tenía para formarse en gestión gastronómica y hacerse kilómetros por todo Castilla y León buscando proveedores y conociendo proyectos que encajaran con su idea de restaurante.
Estudió el entorno, en unos 100 kilómetros a la redonda, y observó qué clase de negocios había hasta que encontró un nicho vacío en el que colocarse. A partir de ahí se inspiró en el territorio, pero de manera más moderna. “Seremos de pueblo, pero también podemos estar a la moda”, reivindica.
Así nació el Restaurante Caín: un asador en el que se hace absolutamente todo a la brasa y en el que el 99% del producto es KM0 de Castilla y León. Pero el proyecto va mucho más allá sirviendo de plataforma para la cultura de Castilla y León a través de la gastronomía donde se da voz a su identidad, a sus productores y al mundo rural en general. Prueba de ello es su página web, con links a todos los proveedores y un espacio con artículos para ensalzar el folklore, las tradiciones y las gentes de la meseta.
Las dificultades para emprender en el medio rural

Para conseguir abrir las puertas de su restaurante, Anai se encontró por el camino con varias dificultades: la falta de información sobre documentación para poder empezar una obra; la dificultad para encontrar gremios; y el desconocimiento sobre la documentación necesaria y dónde gestionarla para poder ejercer la actividad. “Eso sin contar las trabas burocráticas y de plazos para poder apelar a alguna ayuda económica de algún fondo público, que tras muchos kilómetros y tiempo, desistí de buscar”, lamenta.
Por eso hizo todo con inversiones personales. Eso sí, desde el primer momento ha tenido el apoyo de su entorno y sus vecinos. “En los pueblos se crea una conciencia colectiva. Yo lo encuentro tranquilizador ya que, si te pasa algo o tienes algún problema, los vecinos siempre tratan de ayudarte”. De hecho, ahora, ya no le conocen como “la nieta de” o “la hija de”, le conocen como Anai la de Caín o Anai la del asador.
Un impacto positivo en el entorno
A pesar de llevar solo un mes abiertos, Restaurante Caín ya ha conseguido un impacto positivo. “Los proveedores con los que trabajo han notado la llegada de Caín positivamente y todo mi equipo es puramente del pueblo, gente muy joven que gracias al proyecto ha decidido quedarse”. Anai espera que su negocio inspire a otros jóvenes a ver las oportunidades en las zonas rurales: “sería un sueño poder ver como la España vaciada es una oportunidad de futuro para los jóvenes”.

Precisamente, a todos ellos, les aconseja que lo hagan con calma, estudien bien el terreno, vean las necesidades que hay y sobre todo que busquen diferentes productos, servicios, o proveedores hasta que encuentren a aquellos que comparten la misma filosofía. “Hay que confiar en la idea de uno mismo, escuchar a quien se debe escuchar e ignorar el resto. No dejarse llevar por el qué dirán y apostar por tu proyecto si sabes que es bueno”. Para más inri, siendo mujer joven en el mundo rural reconoce que “hay que hacerse valorar todavía más y reivindicar nuestro sitio”.
En cuanto al futuro, por el lado gastronómico le gustaría volver a poner de moda los platos de antaño, esos en donde el tiempo es el mejor ingrediente. Platos que tienen una historia detrás y que cuyos productos, al ser locales, favorecen la economía del entorno. Por el lado social, tiene como meta poder seguir aumentando plantilla o redes de proveedores para que así más gente pueda quedarse en el pueblo o sus alrededores.
“Crear oportunidades reales y que el éxodo no sea otra vez la única alternativa que se encuentre nuestra gente”, subraya. Y es que además cree que el mundo rural es una buena solución para los problemas principales de nuestra generación, que para ella son vivienda, salarios y salud mental. Y por el lado económico, Anai confía en poder rentabilizar el proyecto para reinvertir en él y así poder hacer todo lo anterior posible.
Hay quienes creen que no hay oportunidades en los pueblos y mucho menos para los jóvenes; y hay quienes las crean. Como Anai, la de Caín.
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