Cuando le dicen a mi tío Alfredo “¡Qué bien se conserva!”, no pone buena cara porque piensa “ya no puedo ir a mejor. Ahora me tengo que conformar con “conservarme””. El otro día a uno de mis primos le respondió: “Tengo que estar muy bien conservado si sigo recorriéndome los pueblos de las Rutas de Delibes, digo yo”.
Vino mi tío Alfredo a casa la semana pasada a contarme su último viaje: San Salvador de Hornija, invitado por Jesús María Reglero, el dueño del coto El Bibre, el hombre que tantas veces cazó con el escritor allí mismo en los años 80 y 90. Su famoso coto, el que aparece en la mayoría de las páginas de El último coto, comprendía también parte del término de San Salvador de Hornija, entre Tordesillas, Mota del Marqués y Torrelobatón. Jesús María lo llamó y quedaron hace dos martes. Una de las hijas de Alfredo, Tere, dejó a su marido encargado de la tienda que tienen en Madrid y se fue con su padre a visitar San Salvador y lo que quisiera mostrarles Jesús María.
No eran dadas las 11 cuando aparcaron el coche junto a la iglesia, en la misma carretera que hace de separación entre el pueblo y el templo. Pareciera que en San Salvador la carretera hiciese de línea purificadora que uno atraviesa cuando va a misa. Para hablar con Dios se tiene que cruzar una frontera, una carretera. Atrás quedan todas las casas del pueblo y los afanes del día a día, las torpezas y los dimes y diretes cotidianos. Pasada la carretera, uno se encuentra con Dios en una iglesia preciosa, de tejados bien cuidados, bajo un cielo amplísimo, ese que los labradores han levantado de tanto mirarlo.
Allí mismo, sentado en la parada del autobús, ya les esperaba Jesús María, que enseguida les enseñó el monolito de las Rutas que en San Salvador han colocado en lugar ideal: junto a las tapias de la iglesia. Leyó Jesús María la cita que lleva el monolito en su lateral:
En condiciones tan adversas el paseo por las pinadas de Valdemoro (dentro del término de San Salvador) fue saludable pero inútil.
“Hoy -les aseguró Jesús Mª- el paseo va a ser saludable y, además, útil”. Calle del Arroyo adelante, las viejas casas de adobe iban quedando a la derecha, las más modernas a la izquierda. Al acabar la calle Fragua se toparon con otra muestra más de pasado y presente en Castilla: separadas únicamente por lo que ocupa una calle, dos traseras (las puertas que dan al corral) se miraban de reojo, una totalmente renovada y barnizada, de madera color madera y remates de hierro negro. Tenía, al igual que la otra, dos cuerpos con el portajón a la izquierda. La otra, mucho más vieja, era de gris pálido, ese color que solo se coge después de muchos años de lluvias, sol y viento. Con la misma disposición que la nueva, era como mirar un espejo en el que uno se ve avejentado aunque piense que está como una rosa o viceversa.
Alfredo preguntó a Jesús por la caza en aquellos tiempos y le aseguró que siempre se volvieron con algo en la percha. Entonces se repartía a partes iguales salvo que alguno tuviera algún compromiso y esas primeras piezas que necesitaba eran para él. Acabada la jornada, unas veces comían en algún restaurante de la zona y otras en el cocherón que tiene Jesús Reglero en Medina de Rioseco, bien decorado de aperos de labranza y motivos de caza.
Entre unas cosas y otras, Tere y Alfredo habían pasado una jornada estupenda en San Salvador de Hornija. La hospitalidad de Jesús María, el pueblo, el entorno tan delibiano… Alfredo volvió a casa con ganas de más. ¿Mejor? Difícil le será a mi tío superar esta excursión con anfitrión tan valioso.
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