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Foto del escritorPilar Martínez

El diccionario olvidado del castellano popular

Desde “tajalápiz” para decir sacapuntas a “chiscar” como sinónimo de crujir, el diccionario de los pueblos sorprende por su gran variedad de pintorescos términos que a paso lento van desapareciendo en favor de los anglicanismos que dominan nuestra lengua diaria. 



“Eres más de pueblo que las amapolas”. ¿Quién no ha oído esto alguna vez o incluso nos lo ha dicho alguien? Este tipo de cosas se dicen cuando alguien se expresa de un modo campechano y llano,  algo que equivocadamente lleva a pensar que esa persona no es culta o que incluso da patadas al diccionario, sin embargo, es una creencia totalmente ajena a la realidad.


Verdaderamente se dan patadas al diccionario castellano pero no precisamente la gente de los pueblos; con el tiempo y cuanto más observas y convives en un entorno rural, te das cuenta que la riqueza real de nuestro denostado castellano, reside en los pueblos y en la gente que  aún mantiene sus maneras de hablar, sus ripios y por supuesto, esas palabras etimológicas que para mayor baluarte pueden ser diferentes de un pueblo a otro, aumentando así los sinónimos de un mismo significado.


Esas maneras diferentes de hablar no son otra cosa que pequeñas transformaciones de ese lenguaje popular que precisamente, por ser popular, adopta particularidades que dependen muy directamente del entorno donde se vive y de lo que se vive, de ahí su gran variedad y el gracejo con el que se habla y que no nos debe ser indiferente pues, en ese gracejo reside el autentico carácter de un pueblo.


 Cartel de entrada a Honquilana
Cartel de entrada a Honquilana.

Se podrían enumerar hasta llenar páginas y páginas de un engrosado diccionario, las palabras y diferentes acepciones que se utilizan en los pueblos dependiendo de las diferentes comarcas, sirva como ejemplo la palabra “niño”; depende donde estemos, lo llamarán zagal, rapaz, muchacho, chiquillo,  chiguito…Y qué decir del “cerdo”, rico y aprovechable hasta en los andares, hay pueblos y comarcas que lo llaman  marrano, gocho, cochino, gorrino, puerco


Cuando yo llegué al pueblo donde vivo, la primera palabra que me sorprendió escuchar fue “rilar”. La escuchaba en boca tanto de los más mayores como de los más jóvenes. Enseguida descubrí que significaba “ temblar” o “ tiritar”, sin embargo la utilizaban tanto para expresar cierto destemple por el frío como para expresar temor ante algo.  A esa palabra le siguieron otras como “quinchón” ( pellizco) , “lobada” (trastada), “chiscar” ( crujir ), “reteñir” ( dar grima o dentera) o las dos últimas que me sorprendieron hace pocos días;“tajalápiz” y “morroñas”,  para decir sacapuntas y berretes en las mejillas respectivamente.


He de reconocer que cada vez que escucho una palabra de este tipo me inunda la sensación de ser tremendamente ignorante de mi propia lengua castellana, pero por otro lado me invade la necesidad de hacerla un hueco en lo que yo doy en llamar mi manera de hablar, porque al final siempre llego a la conclusión de que es mejor hacer acopio de aquello con lo que me identifico y verdaderamente sé lo que significa.

Calles de Curiel
Calles de Curiel de Duero.

Tenemos la tremenda suerte de tener un idioma tan conservador como progresista porque no sólo tiene la enorme capacidad de albergar un vasto vocabulario antiguo absolutamente vigente en nuestros días y palpable en muchos pueblos y sus gentes, sino que además tiene las suficientes acepciones y definiciones para expresar los usos y costumbres más actuales. Es una lengua viva que busca siempre evolucionar en la misma medida que evolucionan quienes la hablan,  y lo hace porque tiene no sólo riqueza lingüística sino también sabiduría, una sabiduría que, precisamente, en los pueblos se hace aún más patente porque no se trata únicamente de hablar, sino de  expresar aquello que se vive, que se ha aprendido de generación en generación y que forma parte de la vida de las gentes. Se podrán tener otros modos de vida, se podrán ir  adoptando otras costumbres pero, en los pueblos se le da la importancia que merece al  bagaje cultural porque primeramente se conoce, se sigue promulgando y no se avergüenzan ni de lo que son ni de donde son.


En tiempos donde la publicidad nos invade con mensajes en inglés, donde los medios de comunicación y muchos agentes sociales utilizan “ palabros” tales como bulling, mobing, running, y tantos anglicanismos varios que muchos no llegamos siquiera a saber lo que significan, nuestro castellano corre un peligro terminal, y no porque no sea capaz de adaptarse a todos esos conceptos, sino porque el propio castellano hablante es tan absurdo que en lugar de hacer prevalecer su rica lengua, la sustituye por estos otros usos creyéndose más actual y moderno por ello.


Mucho se está ya debatiendo este tema afortunadamente. Surgen ya voces alzadas en contra de la invasión del anglicanismo en nuestra lengua, sin embargo la pregunta que realmente tenemos que hacer es sí somos verdaderamente conocedores del rico y extenso castellano que tenemos, y no porque sea mejor que el inglés o el francés o cualquier otro idioma, sino porque es el que nos corresponde hablar por identidad y herencia.


A los pueblos hay que agradecerles ese empeño y naturalidad para mantener sus “ maneras de hablar”,  la perdurabilidad en el tiempo de la sabiduría popular, pero sobre todo la diversidad que cada comarca y cada pueblo ha sido capaz de aportar al diccionario castellano.


Dicho esto, sólo cabe decir para terminar que a más de uno le haría falta “ ser más de pueblo que las amapolas” para no confundir modernidad con absurdez, pues de otro modo, toda esa riqueza popular de los pueblos puede quedarse en boca de unos pocos y eso…sería una auténtica pérdida lingüística y de identidad.

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