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  • Foto del escritorJorge Urdiales

El tío Alfredo, de Ruta con Delibes: Vega de Valdetronco

Salida 195 de la A6: Vega de Valdetronco. Carlos Recio y Alfredo Recio (hijo y padre) acaban de aparcar el coche. No son las 11:30 de este sábado de final de noviembre en el que el sol llega a caldear levemente el coche si mantienes las ventanillas cerradas.



En la calle se está en la gloria con un jersey. Alfredo prefiere llevar el chaquetón para su recorrido por el coto El Bibre, de Jesús María Reglero, el hijo de Genuino. Alfredo y Carlos han hablado por teléfono con Jesús María Reglero, que es uno de esos personajes de carne y hueso que aparecen en la narrativa de Miguel Delibes. Les interesa enormemente lo que les vaya a contar sobre el coto en el que también se encuentra Vega de Valdetronco.


Llega primero Eduardo, el guarda, en un todoterreno suficientemente limpio. A los pocos minutos se presenta Jesús. No le conocen en persona, pero han leído su apellido en las páginas de El último coto, el libro de Miguel Delibes de 1992. Jesús, el hijo de Genuino, estuvo cazando con el escritor desde aproximadamente 1980 hasta el año noventa y tantos. Cazando un domingo tras otro, sin necesidad de llamarse entre semana para verse el domingo siguiente.


D de las Rutas de Delibes en Vega de Valdetronco. Foto: Jorge Urdiales.

Subieron los cuatro al todoterreno que conduce Eduardo y comenzaron a recorrer lo que fue el coto El Bibre, el último coto en el que cazó  Miguel Delibes. Hoy, la distribución de los cuarteles ha cambiado pero Jesús está dispuesto a contarles todo como si estuviesen en los años 80, en aquellos años de estrecha relación entre los Reglero y los Delibes.


“Mi padre conoció a Delibes –le cuenta Jesús a Alfredo- a través del hermano Eugenio”. El hermano Eugenio, lasaliano, daba clase en el colegio de Nuestra Señora de Lourdes, en Valladolid, pero frecuentaba el convento que la congregación tenía entonces en La Santa Espina, pedanía de Castromonte. La relación de Genuino Reglero, que era el secretario del Ayuntamiento de Castromonte, con los hermanos de La Salle era muy estrecha. Delibes, que había sido alumno de los baberos –así los llamaban- en el colegio de Lourdes de Valladolid, conocía al hermano Eugenio y será este el que un día, antes de que a Delibes le concedan el Nadal, presente a ambos. Genuino, que tiene arrendado el coto de la Santa Espina, invitará a Delibes a cazar unas perdices y unos conejos en los sardones del monte.


En el prólogo del libro, El último coto, Delibes echa mano de los recuerdos de juventud junto al hermano Eugenio y a Genuino: “Ahora me vienen a la cabeza, pongo por caso, mis primeras cazatas en el encinar de la Santa Espina, cuando el hermano Eugenio, con la sotana remangada y sin el babero, tiraba a los conejos a sobaquillo, sin aculatar siquiera la escopeta, mientras Genuino Reglero y yo, después de acorralar a las perdiganas contra las tapias ruinosas del Monasterio, colgábamos cada uno media docena como quien no quiere la cosa. ¡Qué tiempos, Señor!”


D de las Rutas de Delibes en Vega de Valdetronco. Foto: Jorge Urdiales.

D de las Rutas de Delibes en Vega de Valdetronco. Foto: Jorge Urdiales.


A los pocos meses, la noche de Reyes de 1948, Delibes recibiría una llamada desde Barcelona en la que le anunciaban que había sido el ganador del prestigioso premio Nadal. Eran los tiempos de caza con Genuino en El Bibre. El éxito de Miguel Delibes alcanza todos los rincones de España y con más fuerza si cabe retumba en estas laderas, bocacerrales y páramos vallisoletanos en forma de chascarrillo: “A América fue Colón, fray Junípero después, pero lo que armó el follón fue La sombra del ciprés”.


Una década después, en el 56, Genuino dejó el coto y las relaciones con don Miguel se enfriaron. Cuarto de siglo más tarde, Jesús, el hijo de Genuino, es titular del coto de caza El Bibre. Un amigo común pedirá permiso a Jesús para que vayan a cazar los Delibes a El Bibre, tan conocido y pateado por el maestro en otras épocas. Delibes apalabra con Jesús la incorporación al nuevo coto, el último en el que va a cazar un Miguel Delibes casi septuagenario. Lee Alfredo del libro: “¿Por qué considera usted que es el último? La respuesta es de pata de banco: porque la perdiz silvestre está cada día más recia y, por el contrario, el que suscribe, dentro ya del tobogán, va para abajo y ni sus reflejos, ni sus piernas ni sus bofes, son los de ayer”.


En noviembre los días son cortos y Alfredo, Carlos y Jesús no tienen inconveniente en verse de nuevo y seguir recorriendo el coto. Alfredo y Carlos quieren gastar las últimas horas de luz visitando Vega de Valdetronco. Podrían haber hecho noche en Tordesillas y así alargar el viaje, pero al día siguiente, domingo, juega el equipo de sus amores, el Atleti, en el Vicente Calderón y los dos quieren estar presentes, como siempre, en la fila 4 del segundo anfiteatro. Alfredo, hace ya muchas décadas, fue portero del Atleti cuando jugaba en el Metropolitano, el estadio de antes.


En fin… Que querían bajar hasta Vega de Valdetronco para ver al menos la D de las Rutas de Delibes. Junto a una valla de piedra y una puerta de metal, la D vigila la carreterilla que acerca el pueblo a la A-6, la que siempre se llamó carretera de La Coruña. Alfredo y Carlos apenas tuvieron tiempo de caminar ¿200-300? metros hasta la iglesia de San Miguel, que pareciese hecha por partes, primero la piedra, luego el ladrillo. Una señora que limpiaba la ventana (o quizá simulaba que limpiaba la ventana para cotillear quiénes eran esos dos forasteros) les dijo que ya no existía el bar de la zapatera, donde desayunaban los Delibes y cuadrilla entonces. Vega de Valdetronco ve pasar la vida junto a la A-6, pero sigue su ritmo rural lleno de costumbres, saludos, subidas a misa, riego de geranios, ausencia de gritos de niños y ancianos sentados al sol.

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