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  • José Carlos Iglesias

Territorio Art-Lanza, viaje a un pueblo castellano

Reza en uno de los frescos dibujados en la ermita una frase que resume el espíritu de esta descomunal empresa en la que lleva embarcado Félix Yáñez varios años: “Cuanto más dura es la tarea, más brillante es el éxito”. Este lema no tiene nada de pretencioso, es simple franqueza castellana. 


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Panorámica nocturna de la “exposición” Art-Lanza. Foto: Dario Yáñez, Territorio Artlanza

A la vista está, construir de la nada todo un  pueblo está al alcance de pocos, y no hace falta que se suba uno a las altura divinas para constatarlo. Félix es de aquí, de Quintanilla del Agua, aquí vive y aquí crea, en esta tierra que le ha aportado tantas cosas. La arcilla, por ejemplo, para trabajarla con sus manos de artesano y darla forma pura y noble. El enebro, sustento de las casas en esas vigas retorcidas y firmes. El resto de materiales  con los que edificar esta titánica tarea  también  son de la tierra, materiales extraídos de escombreras, de vertederos, de derribos… en una muestra auténtica de un reciclaje rural que toda la vida ha ido asociado al autoabastecimiento de nuestros antepasados. Se construía con lo que se tenía a mano: el adobe para las paredes, la madera para los cimientos, la teja para el techo…. Así de sencillo y natural, porque la tierra nos lo da de esa forma y basta con saber adaptarlo a nuestras necesidades.


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Foto: José Carlos Iglesias

Cuando uno entra en Art-Lanza, lo primero que le llama la atención es el crucero,  que a modo de hito parece guiar al viajero a un territorio mágico y arcaico, un museo al natural de cultura rural. Una vez sobrepasado el pequeño cristito  que corona dicho crucero, el tiempo empieza a girar hacia atrás, porque esa es la sensación que se tiene al posar la vista sobre la cantidad de detalles que nos vamos a encontrar. Adelante, parece indicarnos,  y avanzamos despacio, dejando a nuestras espaldas el inconfundible cartel de Nitrato de Chile. Aquí, en este pueblo, hay de todo eso que antes no podía faltar en ninguno de nuestros pueblos y ahora ya solo se puede contemplar en museos y libros. Memoria viva, por tanto.


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Foto: Ángel Ayala. Diario de Burgos

Cuando uno entra en Art-Lanza, lo primero que le llama la atención es el crucero,  que a modo de hito parece guiar al viajero a un territorio mágico y arcaico, un museo al natural de cultura rural. Una vez sobrepasado el pequeño cristito  que corona dicho crucero, el tiempo empieza a girar hacia atrás, porque esa es la sensación que se tiene al posar la vista sobre la cantidad de detalles que nos vamos a encontrar. Adelante, parece indicarnos,  y avanzamos despacio, dejando a nuestras espaldas el inconfundible cartel de Nitrato de Chile. Aquí, en este pueblo, hay de todo eso que antes no podía faltar en ninguno de nuestros pueblos y ahora ya solo se puede contemplar en museos y libros. Memoria viva, por tanto.


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La memoria paciente de nuestros antepasados. Así empezamos a ver como los negocios se diseminaban por los pueblos de forma natural, pues eran casa y sustento al mismo tiempo. Una ferretería por aquí, un almacén de coloniales más allá, una sastrería a la vuelta de la esquina. Todo ello edificado en las típicas construcciones de esta zona, casas de entramado, adobe y tablones de madera, buenas balconadas, chimeneas encestadas, bancos de madera a las puertas de las casas, síntoma de que las gentes de la zona no estaban dispuestas a pasar todo el año encerradas en los lares, al amor de la lumbre.


De repente nos topamos con un pequeño museo etnográfico, donde encontramos aperos, aparejos, utillaje, herramientas,  cacharros varios… cada uno con su utilidad y característica. Paseamos por soportales y locales, dedicando nuestro tiempo a evocar como serían los días por aquí, días de  escuela mismamente, sentados en un pupitre atendiendo fijamente la lección que la maestra explicaba: los ríos de España, la tabla del ocho, la historia de cómo se creó ese territorio llamado Castilla, que para eso estamos en tierras de Fernán González, del Cid Campeador.


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Foto: Edipress. 20 Minutos

Andamos por un suelo alfombrado con baldosas y cantos rodados, colocados milimétricamente, uno por uno  por Félix, que me cuenta que empezó todo esto en el 2006, así como quien no quiere la cosa, con la ayuda de su suegro,  al que ha ido quitando poco a poco cepas y añadiendo casas, de su padre, albañil de toda la vida y del resto de la familia ¿cómo no?


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Foto: José Carlos Iglesias

Seguimos paseando y nos encontramos con una completa plaza gremial. El carpintero, el alfarero, el guarnicionero y el cestero conviven en un recoleto patio cubierto,  con sus respectivas casas circundando la placita. Un pasadizo nos lleva a la advocación de una virgen neófita, Nuestra Señora de Arlanza. Y de nuevo otra plaza, más viviendas, ventanas abiertas, balcones donde se asoman abuelos tomando el sol y mujeres tendiendo la ropa. Otro pasadizo nos conduce a la bodega del tío Benigno, un estrecho y oscuro territorio de sombras y luces, de oscuridad y gloria. El vino, como los santos, siempre ha estado y estará presente en nuestras oraciones, ya sean profanas o sacras.


Al salir de la bodega, en la plaza, encontramos un coqueto estanque. No falta de nada aquí, en esta réplica a tamaño real del pueblo de su infancia, nada escapa al poder evocador de Félix Yáñez. A la izquierda la cantina, con unas de esas cortinillas de chapas a la entrada que tintineaban alegremente cuando el paisano se dejaba caer por allí a saciar la sed y a enterarse de lo que se cocía en el resto de sitios.


Espectacular es el museo de cerámica, donde están expuestas las obras de Félix, cerámica sigillata y arquetipos del mundo rural que ahora apenas se pueden ver en esos pueblos semi-abandonados: labradores, pastores, boteros… Destaca el homenaje a su maestro, Fidel Izquierdo, en una clara alusión  al aprendizaje de toda la vida, al generacional, como si no fuera poco todo el homenaje que ha montado aquí. Y la referencia a Fidel López, el último alfarero de Quintanilla del Agua, bueno, el último no, el penúltimo.


Conocemos la posada del tío Genaro. Las escuelas, diferenciadas y separadas en sus respectivos sexos, niños por un lado y niñas por otro. El taller del carretero. La casa consistorial. El corral de comedias de Felipe II, donde se celebra en verano un festival de teatro. El potro de herrar al lado de la herrería, como tiene que ser.


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Interior de una de las casas. Foto: José Carlos Iglesias

La ermita, adornada en su interior con varios frescos. Una pequeña pajarería, tal vez como muestra de aquella Castilla autosuficiente de toda la vida, donde el trigo lo mismo servía para alimentar a la gallina que para dar de comer a quien lo hacía. Donde todo se aprovechaba, como ha aprovechado Félix en estos 8.000 kilómetros cuadrados para hacer con sus manos un universo propio, una territorio que recomiendo visitar porque es una auténtica gozada. Y más en estos tiempos, en el que los pueblos se van vaciando y abandonando, en el que los oficios se pierden y la cultura popular queda relegada por otras historias que nada tienen que ver con lo que se respira por las calles de este territorio Art-Lanza.


¿Cómo llegar?


Territorio Art-Lanza se encuentra en la calle el Molino, 20. En Quintanilla del Agua (Burgos), a 10 kilómetros de Lerma por la BU-904. Para visitarlo contactar con Félix Yáñez. Teléfono: 649 12 98 77.   felixyo@terra.com También se puede visitar en la web: laesculturamasgrandedelmundo.com

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