Se eleva sobre las ruinas de fortalezas anteriores y domina la llanura surcada por el Cega, el Pirón y el Eresma. Pero más allá de eso, el Castillo de Íscar guarda un interés tanto histórico como gastronómico.
Tanto desde el exterior de la construcción como una vez desde el interior, uno puede darse cuenta de la larga historia que tiene el Castillo de Íscar. La parte más antigua conservada, finales del siglo XIII, corresponde a restos de las murallas y a la estructura interior de la torre del homenaje. Esta última se divide en cuatro niveles de madera.
En la segunda mitad del siglo XV, se realizó un refuerzo general de la torre, con fines defensivos y constructivos. De este modo, se edificó un cuerpo torreado que servía de antepuerta y acceso a la torre mediante un puente levadizo. Por otro lado, para defender el acceso desde el páramo, se dispuso un foso excavado en las rocas calizas.
En el lado opuesto, se añadió un gigantesco espolón defensivo, flanqueado por dos torrecillas. Es en una de ellas donde aparecen los escudos de don Pedro de Zúñiga y Avellaneda y de su esposa doña Catalina de Velasco y Mendoza, II Condes de Miranda. Delante de este espolón se construyó una pequeña barrera artillera con tres cubos circulares y se añadieron otros cubos circulares al recinto primitivo.
Más adelante, concretamente, en el primer tercio del siglo XVI, se reforzó la bóveda de sillería con una robusta columna central y reconstruir totalmente el muro sur para evitar la ruina de la torre. En 1991, el Ayuntamiento de Íscar compró el castillo, consolidándolo y acondicionándolo para su visita. Las posteriores excavaciones arqueológicas realizadas en 1998, en el extremo oriental del patio de armas, sacaron a la luz restos de muros y pavimentos de diversas estancias residenciales.
Pero como decíamos, el Castillo de Íscar guarda también un interés gastronómico. Y es que las vistas que ofrece se pueden acompañar con una cerveza artesanal de La loca Juana. Y es ahí, donde se rinde a los pies de la Tierra de Pinares.
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