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Foto del escritorJorge Urdiales

El tío Alfredo, de ruta con Delibes: Medina de Rioseco

Medina de Rioseco… son palabras mayores en la provincia de Valladolid. Es una de sus principales localidades y mi tío Alfredo lo sabe.


Ruta Delibes en Medina de Rioseco
Alfredo Rodríguez abriendo la puerta del palomar.

El hombre lleva tiempo sin hacerse las Rutas de Delibes. En invierno las nieblas meonas y las caramas no invitan a venirse desde Madrid a la provincia de Valladolid en pos de unas aves que apenas si se oyen, de unas plantas adormecidas y de un paisaje oscuro. Si mi tío Alfredo ha hecho esta parada en Rioseco es porque quería visitar a su amigo Alfredo Rodríguez, vecino de la localidad.


En Valladolid, quien más quien menos ha ido alguna vez a Rioseco (aquí se le conoce así, sin nombrar lo de Medina). Es conocido su Canal de Castilla, su Semana Santa, los soportales… A mi tío Alfredo le interesaba ver a su tocayo, que vive a las afueras del pueblo. Lo que viniese después, ni lo habían planeado.


La casa de Alfredo Rodríguez es solariega, de varias plantas, con un corral inmenso. El salón espacioso, largos los pasillos. Al llegar, mi tío pide ir al servicio. Los grifos son de otra época. Todo tiene un aire de otros tiempos y eso le agrada a mi tío. Los dos ancianos hablan de esta novedad de las Rutas de Delibes. Por Rioseco pasan dos, la 3 y la 4. La de Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo y la de El último coto.


Porque Delibes conoció Rioseco de pequeño, cuando llevaba pantalones cortos. Lo cuenta en la 3ª ruta, en coche con su padre y sus hermanos. Y vuelve sobre lo mismo en El último coto, ya de mayor, y nos cita lugares concretos como la pastelería de Marina o el cocherón de Jesús Mª Reglero, el hijo de Genuino, con el que prácticamente colgó la escopeta.


La casa de Alfredo Rodríguez. Señala el cuadro en el que aparece su palomar.

Los dos Alfredos se sientan en los sofás del salón, en el mismo sitio en el que se sentó la reina Isabel II, que se alojó allí cuando vino a inaugurar el Canal del Duero. Deciden pasear hasta el inicio del canal, casi debajo de la casa. El canal es ancho, de aguas casi inmóviles. El sol, en pleno mes de enero apenas puede calentar. Los dos Alfredos llevan bufanda ancha, guantes y boina uno y gorro el otro. Le cuenta el Alfredo de Rioseco al Alfredo de Madrid que Delibes lo entrevistó hace muchos años, que estuvo en su casa. Mi tío Alfredo recuerda el fruto de esa entrevista, que aparece como capítulo en Castilla habla. La pena que tiene Alfredo Rodríguez es que no hayan hecho una ruta a partir de este libro.


Una sobrina les acerca hasta el palomar, el que nombra Delibes en Castilla habla. A pocos kilómetros del pueblo se levanta un palomar algo descascarillado que en tiempos dio sus buenos réditos con los pichones. Ya en los años 80 hubo que cercar el palomar por aquello de los ladrones y finalmente, Alfredo Rodríguez dejó el palomar sin palomas, en silencio. Por dentro está para utilizarse. Por fuera también. Es parte del paisaje. Es parte de Castilla.


Los ancianos comen en casa unas codornices en salsa. Después del postre se bajan al bar a tomar café y acaban en la pastelería de Marina (la que nombra Delibes) comiéndose unos “pasteles de Marina”. Así los llaman a unos hojaldres con crema recubiertos con azúcar glass.


Estiran las piernas por última vez entre los soportales del centro del pueblo. Y digo entre porque pasear en estos días de invierno debajo de los soportales supone ir por la sombra y los dos Alfredos no están ya para cogerse un resfriado gratuitamente.

Palomar y casa de la finca de Alfredo Rodríguez, hoy medio derruida.

Queda media hora de luz y a mi tío Alfredo lo recogen sus hijas Turi y Tere que han venido a Rioseco por otros motivos. Los tres se despiden de Alfredo Rodríguez (¡qué 90 años tan bien llevados!) y vuelven a Madrid con una temperatura de 3 grados. No hiela en la carretera. Algún camión de vez en cuando, pocos coches… Mi tío Alfredo le muestra a Turi unas fotos de la D de piedra de 900 kilos que también ha puesto la Diputación de Valladolid con motivo de las Rutas de Delibes. Y otras fotos junto al palomar de Alfredo Rodríguez. Mi tío es mayor pero sus hijas le han enseñado a manejar el móvil.


Me parece a mí que hasta la primavera no volveré a escribir sobre Alfredo y las rutas. No por falta de ganas, sino porque mi tío prefiere disfrutar de estos pueblos con buen tiempo. Mi tío y yo y casi todo el mundo. Habrá que ver si se anima en febrero…




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