A mi tío Alfredo le hubiera gustado viajar más por las Rutas de Delibes en esta primavera, pero las comuniones de los nietos, la boda de Clara y otras fiestas familiares le han atado a Madrid.
Mi tío se conforma con haber visitado ocho localidades de la provincia de Valladolid desde que empezó su aventura de las rutas. No lleva mal ritmo. Tampoco tiene prisa. La labor fundamental de la vida ya la tiene hecha. Ahora le toca disfrutar de su familia, de sus pueblos vallisoletanos, de sus lecturas y sus paseos por la Cuesta Moyano.
Terminó la primera ruta (Olmedo, Tordesillas, Villanueva de Duero, Villanubla y Villafuerte) y comenzó la segunda (Aniago y Valladolid). De momento le quedan La Sinova, Quintanilla de Onésimo y Medina de Rioseco y habrá concluido dos de las seis rutas de Delibes por la provincia. En medio, La Mudarra, el último pueblo que ha visitado mi tío. Acabo de hablar con él sobre el viaje. Es lo primero que hace al volver a Madrid. Me llama, quedamos y le grabo la charla para escribir después estos artículos.
La Mudarra es pueblo que Delibes nombra con añoranza. Es una vuelta a su infancia. Mi tío fue allí con tres citas, las de las rutas 2 (Diario de un cazador), 3 (Mi vida al aire libre) y 5 (Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo). La que más le agrada a Alfredo es la cita de Diario de un cazador: “Estuve un rato con Melecio en lo de la Diputación. Hicimos tres perdices. Por la tarde encontré a Tomasito en el España. El menguado sigue con su gorrilla de piñero. Palmé el café y luego le pregunté cómo iba la temporada. No charlaba de caza con él desde la perdiz aquella, en La Mudarra”. Y la relee una y otra vez porque el tal Melecio fue uno de su pueblo, Castrillo Tejeriego, secretario del ayuntamiento y acérrimo cazador como Delibes.
En Mi vida al aire libre Delibes cita La Mudarra junto a su padre, en el recorrido que les separaba de Valladolid. La misma admiración que tuvo Delibes por su padre la tuvo Alfredo por el suyo. Padre e hijo cazaron y segaron juntos en el pueblo, le rezaron a la Virgen de Capilludos y bailaron en la plaza los domingos por la tarde. Se llenaron de polvillo en las eras y mataron el cerdo en el corral de casa como hacían entonces todos los vecinos.
La ruta 5 lleva una cita de La Mudarra que es también un recuerdo de infancia. Aventuras, venturas y desventuras es el título de un libro lleno de anécdotas, fresco, fácil de leer en verano. Nos transporta Delibes a la década de los 30: “Por aquel entonces –los años 30- la afición a la escopeta era una afición muy poco extendida en el país. Cazaban cuatro gatos. Y mi padre, como otros cazadores de su tiempo, para gozar de la caza en solitario, que era la que apetecía, disponía de una acción, que entonces costaba dos reales, en un monte de Torozos, próximo al pueblo de La Mudarra”.
Las citas por sí solas podrían dar consistencia a este artículo, pero algo quiero contar sobre el paso de mi tío Alfredo por La Mudarra. Para empezar, que a las tierras del término municipal se les va apagando el verde de mayo. En un mes vendrán las cosechadoras por estas carreteras comarcales, sin excesivo ruido. En un mes no habrá labrador (a mi tío le gusta más esta palabra que la de agricultor) en La Mudarra que tenga descanso. En La Mudarra buscó Alfredo las tórtolas de las que se habla en las rutas de Delibes para este pueblo. También la jara como planta que se da por estos pagos.
A finales de mayo (cuando mi tío hizo el viaje), las tierras de La Mudarra están a punto de estallar. Les quedan unas pocas semanas para que todo se acabe. Las cosechadoras irán segando una tierra y después otra y otra. Y luego las empacadoras se comerán los hilillos de oro que se han ido secando al sol de julio. Cuando fue mi tío a La Mudarra, estaba todo por hacer.
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