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Foto del escritorJorge Urdiales

El tío Alfredo, de ruta con Delibes: Aniago

Aniago (Villanueva de Duero), a 20 kilómetros de Valladolid. Aniago no es población alguna. Fue una cartuja en tiempos, con sus monjes cantando en gregoriano, rezando el Ave María en latín: Ave María, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus… Hoy, a la cartuja de Aniago solo le quedan algunos arcos de su vieja capilla y piedras por el suelo.



A este viejo monasterio nos trae la 2ª Ruta de Delibes. Desde San Miguel del Pino (primera parada de la ruta) hasta Aniago (segunda parada) hay cinco leguas, pero mi tío Alfredo no las tuvo que recorrer. He contado en otros artículos que mi tío Alfredo vive en Madrid y que hace el viaje a los pueblos de las rutas en un día. Esta vez tocaba Aniago.


Iglesia de Villanueva de Duero
Iglesia de Villanueva de Duero

Avisé a mi tío Alfredo de que me iba a ir a Castrillo Tejeriego (el pueblo de mis abuelos y de mi tío)  el fin de semana del 23 de marzo. Se apuntó con la condición de que fuéramos a ver Aniago. Y así se hizo. Le recogimos el viernes cerca de casa y en menos de dos horas nos plantamos en el pueblo. Alfredo y yo y mis hijos Jimena y Rodrigo. Él se quedó a dormir en casa de su sobrino Afrodisio, que vive donde la carretera. Nosotros en casa de Chelo, muy cerca de la plaza.


A la mañana siguiente, entre sol y nubes y con temperaturas bajas, salimos en coche hacia Aniago. A través del Valle del Jaramiel y por la carretera de las maricas llegamos a Villanueva de Duero. No nos hizo falta mucho folleto. Esta vez Alfredo me llevaba a mí, coautor de las rutas. Dejamos Aniago a la derecha y entramos en Villanueva de Duero. Había estado Alfredo por allí antes de Navidad recorriendo el pueblo como parte de la primera ruta. Por Villanueva y por otros pueblos de Valladolid pasan las rutas varias veces. Es una suerte esta repetición porque es una buena manera de que el viajero profundice y se recree en los mismos paisajes, tan cambiantes a lo largo del año.


Interior de la Cartuja de Aniago
Interior de la Cartuja de Aniago

Desde la plaza bajamos en coche hasta la iglesia, que hace de frontera entre el pueblo y el campo. No está la iglesia de Villanueva en el centro del casco urbano, como suele ser lo habitual. Se encuentra después de las últimas casas, vigilante, a la espera de… ¿peregrinos? ¿vecinos de otros pueblos? Desde su torre se divisa todo el llano y los chalés de las afueras y la Cartuja de Aniago.


Foto en Aniago.

Mis hijos tenían hambre y sed y entramos en el bar de la plaza, junto a la carretera, con un viento del demonio. Aquarius unos y un mosto los otros. Fuera de Villanueva el campo es mesetario, llano. Contaba Delibes en Diario de un cazador que aquello era un mar de surcos y que había unos linderos muy majos con bastante codorniz. Eran otros tiempos. Los años 50. No había llegado la concentración parcelaria y las lindes de las tierras ofrecían cobijo a las codornices y caza segura a los cazadores. La Parcelaria menguó los linderos y la codorniz buscó otras tierras donde vivir.


Hoy Aniago es finca agrícola particular y no quisimos meter el coche más allá. Lo dejamos junto a la carretera, hice algunas fotos y dimos un paseo por los alrededores. Junto al Duero vimos enseguida unas zarzas (la zarzamora es la planta que hemos puesto como típica de Villanueva). Buscamos unas torcaces (el ave de las rutas para este pueblo) pero no las encontramos. Mi tío Alfredo me fue contando del anterior viaje a Villanueva mientras Jimena y Rodrigo jugaban camino adelante. Frente a las ruinas de Aniago les contó Alfredo lo de la mula Naranja, hace muchos años, de cómo se espantó y cómo no hubo manera de sujetarla (ni él ni mi abuelo Gorgonio). Jimena y Rodrigo estaban boquiabiertos imaginándose a su abuelo de pequeño sobre el carro, solo, la mula a todo galope, camino del precipicio. La abuela María, ya muy mayor, la llamó a voces y el animal se fue amansando y cambiando su paso al trote y luego al paso hasta que se paró.


Rodrigo le pidió a mi tío Alfredo que les imitase el canto de la perdiz. Alfredo llenó los carrillos de aire, puso su mano izquierda sobre la boca y presionó con el puño derecho uno de sus carrillos. ¡Qué bien imita mi tío Alfredo la perdiz!


Las Rutas de Delibes dan para esto y mucho más


Para un encuentro entre mi tío Alfredo y mis hijos (70 años de distancia) en una tierra de pan llevar como la de Aniago, en un día ventoso y con historietas de una Castilla que ya no existe pero que se hacen casi realidad si uno las cuenta junto al Duero.


Ruinas de la Cartuja de Aniago
Ruinas de la Cartuja de Aniago

A fin de cuentas, Aniago o cualquier otro pueblo de las Rutas de Delibes son una excusa para volver a encontrarse unos con otros, para volver a vivir Castilla. La Castilla eterna que nunca se muere. La Castilla que disfrutarán los cazadores cuando descansen para siempre en el Cielo. El Cielo de los cazadores del que habló Delibes en Diario de un cazador y al que un día iremos mi tío Alfredo y mis hijos y yo:

Tú, cada mañana, al despertar, acudes junto al Señor y vas y le dices: “Señor, si no os molesta, hoy quisiera cazar a toro suelto, o bien con galgos, o bien en mano, o bien de ojeo”. Porque allí arriba, las laderas no pesan en los riñones como aquí abajo, ¿entiendes, hijo? O mejor todavía, tú le dirás al Señor: “Señor, si no os enoja, yo quisiera que me ojearan esta mañana unas perdices”.

¿Qué ver de Aniago?




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