No se ha podido esperar mi tío Alfredo a que se pasen los fríos del invierno. Él nació en Castrillo Tejeriego y el pueblo que le quedaba por visitar de esta primera ruta de Delibes dista una legua del suyo. No sé si ha preparado el viaje por ver Villafuerte o por darse una vuelta por Castrillo. Lo cierto es que su hijo Carlos tenía unos días libres en el trabajo y le acompañó en esta última excursión por los pueblos de Las perdices del domingo. A Carlos y a su padre, Alfredo, les encanta volver por el pueblo en cuanto surge la ocasión.
El recorrido hasta Villafuerte fue: Madrid, Segovia, autovía de Pinares, Cuéllar, Cogeces, Quintanilla y… (la carretera está en obras) Villvaquerín, Castrillo y Villafuerte. Charlaron durante el viaje de viejos tiempos de infancia en el pueblo. El padre segó a mano, el hijo todavía trilló en las eras. Alfredo le volvió a contar a Carlos los días de caza junto a su padre, su hermano Julián y su tío Delfín. Se les arracimaban las perchas.
Pasado Cuéllar, todo se les volvió familiar. Cada pueblo era un recuerdo. En Quintanilla se acordó Alfredo de Onésimo Redondo, tan querido en su familia. ¿Quién fue sino la madre de la Palmira la que crió al pequeño Onésimo? En Villavaquerín… las fiestas de verano. Y Carlos volviendo en bici hacia Castrillo, ya de madrugada. Al pasar junto a las remolachas, no sé si por la humedad o qué, la temperatura les bajaba una enormidad y se ponían a dar pedales como locos para alcanzar la siguiente tierra de cereal. ¡Qué cosas!
No pararon en Castrillo. Se sabe que en el pueblo de uno, si se pone pie a tierra, ya se tiene que saludar a todo el mundo. Habría supuesto no llegar nunca a Villafuerte. A la altura del caño vieron a Godofredo sentado junto al bar. Un gesto con la mano valió para que Godo supiera que habían llegado a Castrillo, aunque todos sabemos que una vez que tu coche está a la altura del chozo, a dos kilómetros del pueblo, ya saben todos que has llegado.
La carretera entre Castrillo y Villafuerte está nuevecita. Al coronar el páramo mi tío Alfredo siempre mira al horizonte, a derecha e izquierda a ver si descubre al Cid a lomos de su Babieca, con doce de los suyos, entre polvo, sudor y hierro. Es una costumbre que ha repetido desde pequeño. En Villafuerte aparcaron junto a la cantina de la señora Elisea, que hoy es casa particular. Allí comió cocido Delibes más de una vez en compañía de sus amigos y algunos mozos del pueblo.
La Ruta de Delibes y su folleto nombraban las traseras como palabra rural que le viene al pelo a este pueblo. Y fueron y contemplaron las traseras de los corrales del pueblo. Hubo comentarios entre padre e hijo sobre si estas eran mejores que las de Castrillo. La verdad es que compararon todo lo comparable: la iglesia, la ermita, los bares, las calles, las vistas… en un paseo con destino al mirador. Desde allí se ve medio Valle Esgueva, enfrente Esguevillas, a la derecha Amusquillo, Villaco, Fombellida… a poniente Piña… En el bocacerral, le contó Alfredo a su hijo, cazó Delibes de joven. Lo atestigua Marceliano, vecino del pueblo que Alfredó conoce de vista. Es más, en el pueblo saben que el nombre del protagonista de El camino lo sacó Delibes de un señor de Villafuerte que se llamaba así, Daniel el Mochuelo. Alfredo recordaba la casa de este Daniel, ya fallecido, y hasta allí se fueron. Es una casa cerrada pero que mantiene la compostura en fachada y trasera.
A eso de las 13 horas dieron una vuelta por el castillo, que ahora es de la Asociación Española de Amigos de los Castillos. Imponente y bien cuidado, el alcalde del pueblo le sabe sacar partido en veladas de verano y otros eventos. Se puede visitar pero a Alfredo y Carlos les pudo más el acercarse a Castrillo, su pueblo, a comer con la familia. En el páramo que separa ambos pueblos, Carlos redujo la marcha, bajó las ventanillas y los pocos aromas del invierno castellano se colaron en el coche. Oyó Alfredo unas perdices a la altura de Valdenebrera. Antes de comer en casa de Afori, este era un momento de plena felicidad entre padre e hijo. Les esperaban unas patatas a la importancia y unas codornices en escabeche. Ino, la mujer de Afori, que no es del pueblo pero ya lo parece, guisa a fuego lento, con la pausa que se respira por estos pueblos. Aquí da tiempo a todo: a ir a la tienda, a hacer la casa, a echar la partida, a caminar hasta el chozo, a visitar a alguna vecina…
Con la gloria puesta bajo el piso de la casa, la comida fue una delicia. Les vinieron los recuerdos de sus antepasados, de tantas siegas a pleno sol y de no menos juegos en las eras, de lo fría que estaba el agua del Jaramiel cuando iban a lavar o de las cangrejadas en casa de la Mamerta. Hubo partida en el bar y paseo hasta la ermita de la Virgen de Capilludos. Un Ave María a Nuestra Señora cerró la excursión, la más intensa y emocional de todas hasta la fecha.
Con esta última excursión, Alfredo ha concluido la ruta de Las perdices del domingo, ruta de Miguel Delibes. Ha sido para él una vuelta a sus raíces, a sus lecturas. Mi tío se ha vuelto a encontrar (en espíritu) con sus padres y abuelos. Patearse el páramo vallisoletano le ha hecho sentirse joven. Me cuenta mi tía Isidora, su mujer, que las noches que volvía de estas excursiones, no paraba de contarle y contarle hasta pasada la media noche. Delibes escribió como hablan mis tíos. Pegó la hebra con las gentes de estos pueblos de Valladolid y llevó su lenguaje a millones de hogares a través de sus libros.
Ahora, estas rutas son otra manera de acercar la provincia de Valladolid a propios y extraños. Con Delibes y estas excursiones, mi tío ha vuelto a reafirmarse en sus creencias más profundas: su sentimiento profundo de pertenecer a un pueblo (Castrillo Tejeriego), a una provincia (Valladolid) y a una nación (España). Se ha reafirmado su religiosidad, su estilo sobrio y socarrón y el valor de la palabra dada.
Me ha adelantado Alfredo que en unas semanas comenzará la 2ª Ruta de Delibes: Diario de un cazador. Escribiré, sin duda, sus andanzas por esta nuestra Castilla la Vieja.
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